Diario de León

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El mandamás de esta comunidad autónoma recurre al menosprecio y al desenfoque torticero y malintencionado de cualquier movimiento identitario leonés. Quizá confunda, no sé con qué intenciones, la idea de nacionalismo con la voluntad de una autonomía propia, aspiración legítima en todo caso. Ir contra la realidad de un hecho, más sustantivo de lo que él piensa, es poner en solfa la transversalidad del deseo y el sentimiento de la calle, tan alejada siempre de los intereses políticos. Todos sabemos de las presiones, amenazas incluso, y promesas «inversionistas» ejercidas sobre algunos alcaldes y concejales por parte de los dos partidos mayoritarios. ¿Y ascensos? Lo confiesan ellos mismos en voz baja, implorando quizá excusas, lo que dice poco a su favor, incluso pone en entredicho su capacidad para representarnos. Son la voz de su amo, la obediencia ciega. Pasado el chaparrón, no tan fácil, las inversiones prometidas –duro chantaje- se prolongarán sine die. Habrá disculpas variopintas. Augures como parecen creer ser por atribución propia, saben lo que es bueno o no para el común de los mortales. Que hablen los concejos, a los que tanto parecen temer. Posiblemente pongan en duda ciertas barnizadas convicciones democráticas y que estos dirigentes y sus adláteres se conviertan en seria duda en este invento surrealista.

Me explico. La política no imprime carácter ni sabiduría, solo poder, no siempre bien entendido. El aplauso generalizado en su día de la descentralización mediante el Estado de las Autonomías no ha sido, creo, bien gestionado. Los derechos constitucionales que sancionan la igualdad de todos los españoles no se cumplen, y por esta vieja piel de toro pululan ciudadanos de muy diversas categorías. No se asusten si crecen las voces discordantes. El diseño es bueno si los ejecutores aplican la filosofía con que nació. Y, verdad de Perogrullo, la realidad es cada vez menos así.

Lo mismo ocurre al menos en algunas comunidades. Esta, que reclama solo más arriba cuando no están los suyos, es un buen ejemplo de centralismo atroz –ni con aquel caudillo de nuestros dolores- y concentración. No tienen igual trato unas provincias y otras, incluso con diferencias sanitarias, como denunciaban recientemente representantes cualificados del sector. La lista es larga. Piénselo, al menos, señor mandamás, antes de decir algunas cositas que en su día se pueden convertir en ejemplos de manipulación en su contra.

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