Diario de León

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Cuentan que en el lecho de muerte, el confesor le pidió perdonar a sus enemigos, a lo que Narváez contesta: “No tengo enemigos, los he fusilado a todos”. Recuerdo la anécdota contemplando nuestro panorama político, donde la aniquilación, metafórica, parece ser el ejercicio más estimado, en una lucha de casi todos contra casi todos.

Entramos en La era del capitalismo de la vigilancia: La lucha por el futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder, título de un libro de S. Zuboff. La lucha por ese futuro tiene hoy su frontera en la salud. Mientras la calidad de la política siga siendo lo que es, la lealtad institucional se someta a los intereses propios, con lo cual dejaría de serlo, las determinaciones se tomen atendiendo al rédito electoral, no haya una acción coordinada y deje de opinar en asunto tan serio todo dios —cualquier mindundi con cargo—, aunque de forma irracional y sin nada que decir, no habrá forma de erradicar virus tan puñetero. Ya tiene el bichito la suficiente capacidad destructora como para que se alimente además con políticas de ruidos, crispación y blabla-bla. Lo dicen con otras palabras los que saben de verdad de estos asuntos, sometidos al silencio y la presión de la enfermedad en sí y de los que, además, toman determinaciones que, en general, están conduciendo a la confusión. Y a la irresponsabilidad palmaria: ministros, políticos de todo pelaje y personajes de la diversidad acuden a una macrofiesta el pasado martes. Qué autoridad moral. Qué ejemplo.

Una moción de censura convertida en espectáculo de bochorno, con tantos asuntos de urgente necesidad. Y pocos días antes, referencias de alcobas y conveniencias. Acabarán sus señorías tirándose bragas y calzoncillos, medias y calcetines a la cara, aunque asuntos de tanta enjundia no respondan a planteamientos políticos, que de todo hay en el gran circo de la payasería hispana en que algunos quieren convertir Congreso y Senado. Tiene que ser muy divertido, aunque inútil, triste en el fondo, de vuelo bajo al que están acostumbrados no pocos padres de la patria y la cesta de la compra, que “en habiendo piseos, laus Deo”. Es en momentos de dificultad social cuando se calibra y dimensiona especialmente la categoría de los dirigentes. Uno siente con desánimo que está avanzando la pérdida de la cordura, la política necesaria de la discrepancia que no sea ruidosa e insultona. Y, como consecuencia, un creciente hastío social. Qué se puede esperar con este nivel.

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