Diario de León

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Desterrado ya el latiguillo con el que los adictos a la factoría Disney de los satélites del poder nos bombardearon para convencernos de que saldríamos mejores, más altos, más rubios y con los ojos azules, la escala de pruebas con la que se divierte el virus encuentra en el turno de la vacunación un escenario para medirnos. La depuración de todo defecto adquirido por la vida en comunidad, que se iba a operar sólo por superar los meses de confinamiento en los que nos escondieron a los muertos, se malogra con la aparición de quienes han buscado la calle del medio para ponerse la vacuna. Qué fallo. Ahora, cuando toca demostrar todo lo que aprendimos, aquella solidaridad embotellada en minutos de telediario y aplausos de las ocho, resulta que no hemos cambiado. Hay quien tiene la posibilidad de beneficiarse de su posición, se salva y sube a la galería para observar el espectáculo. Mientras, en la selva de la voracidad inhumana de las grandes farmacéuticas y la incompetencia homicida imprudente de las administraciones, que propician que en el Hospital de León apenas uno de cada diez sanitarios haya recibido la dosis pese a que en el Río Hortega de Valladolid ya la han completado el 100% del grupo 2, quedan inaugurados los juegos del hambre.

Las vacunaciones irregulares destapan un tarro en el que apenas se huele el aroma de un ínfima parte de los que se han pinchado de gañote. El pico de los descubiertos sirve al menos para comprobar el jueguito pueril de las disculpas con el que se visten de daño colateral los jetas. El manual enlaza el suceso como un accidente, un esfuerzo en el que el personaje se ve forzado por la acción de una tercera persona a entregar su brazo como sacrificio para que no se pierdan las escurriduras de los viales. El guion omite la pregunta con la que nadie cuestiona por qué en lugar de al alcalde, al concejal, al familiar de los responsables de la residencia, al liberado que no va a pisar por su puesto de trabajo hasta el día de la jubilación, no se llama a la señora Adelina, que suma 85 años y vive sola con un hijo dependiente. A mí, me llamaron, repiten como mantra, incluso sin comprender qué han hecho mal. La respuesta la da el diálogo de Horizontes lejanos, cuando James Stewart ordena a uno de los forajidos que no vuelva a disparar a hombre por la espalda. ¿Por qué?, se excusa el aludido. No puedo explicártelo, si no lo sabes.

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