Diario de León

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La balada del estrecho de Armada  madruga al monte cuando el sol apenas empieza a darle mechas a los robles, que ya tornan a ocre en esta vejez de septiembre. En la calma de las vallinas, cresponeadas por las rocas que se alzaron cuando el mar se retiró a su línea de costa hace millones de años, el concierto se anuncia con un silencio quieto, ensimismado, como de sueño de última hora. Por un momento todo parece entero, programado, sólo un día más con sus afanes por desmontar. Pero, entonces, se alzan los tenores en medio de la escena para explotar en el patio de butacas abierto en la olla del pantano del Porma, con su espejo de aguas remansadas bajo el que se esconde el mar de fondo de los pueblos ahogados. El impacto de clarines roncos resuena en la platea donde ahora sólo queda un rescoldo de lo que fue Lodares. Allí, sin pagar una de esas entradas que hacen temblar el sueldo de una semana de trabajo, ni guardar cola para someterse al grupo tontito y alocado que dictan las modas, el espectador se hace pequeño ante el desfogue arrollador de la naturaleza, que no entiende de mudanza en sus costumbres. Como cada año por esta época, desde antes de que se asentara población en estas zonas, los venados interpretan la partitura improvisada de la berrea con la que tienden el manto de celo por la espesura de los bosques de la montaña leonesa.

El espectáculo se alimenta con las primeras lluvias y crece en el azul San Froilán que tiene patente en León por estas fechas, en las que el calendario vendimia los frutos de los sudores del verano. No conviene meterlo en las guías para adictos a los selfies del homo decathlonensis, que cree que en la domesticación de la naturaleza como modo de disfrute Disney, pero merece un espacio en la agenda de quien entiende el respeto a las leyes que rigen la evolución como un modelo de conducta. Sin invadir, ni molestar —«no te asomes a los visos, ni te pongas al sol, que nos ven desde casa Dios», me riñe Karrete, que es un enciclopedia del monte y un amigo que nunca falta cuando necesito guía—, la berrea concede una excusa para valorar el patrimonio natural leonés, condenado al intervencionismo sátrapa de la Junta para rédito de los señoritos de salón. Aprovechen que aún es gratis y para todos los públicos. Si tienen un huequín, madruguen o esperen al sereno achusmados en uno de esos valles donde resuena la balada del estrecho de Armada.  

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