Diario de León

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León se mide la tensión por las mañanas con la libretina que abarquillan los paisanos como si fuera un devocionario camino de la sucursal del banco. En esas colas madrugadoras, en las que se bisbisean las últimas oraciones antes de actualizar el saldo, se resume el mejor momento de la jornada para un sector de la población que se educó en la filosofía de guardar para el día de mañana, pese a que el día de mañana aún no haya llegado, como en la fábula de Julio Llamazares. Se hace más psicología en esas visitas a la ventanilla, en ese ratín rutinario que suele coincidir con el cobro de la pensión el día 25 pero que encuentra excusas a cada pago de un recibo, que en cualquiera de esas sesiones comunales de coaching con las que se engolan las empresas que aspiran a dopar su cuenta de resultados a partir de la mengua de la salud psíquica de sus trabajadores. Pero ni esas les van a quedar ya, al ritmo que la banca monda sus plantillas y cierra oficinas, mientras manda a los empleados que guíen a los clientes hasta los cajeros para que hagan allí sus gestiones y que les recomienden descargarse la app de la banca electrónica. Más cómodo para todos, decían.

En ese tránsito hasta la salida, adornado con el aumento del cobro de comisiones, se han perdido la mitad de las sucursales y desaparecido las nóminas que antes se fiaban como un seguro de vida cercano al blindaje del funcionario. Ahora, el empleo se aposta a la puerta, donde se manifiestan los bancarios y antes se ataban los afectados por las preferentes. El último hachazo lo anuncia Unicaja, que reconoce unas ganancias de 156 millones hasta septiembre. La entidad que fagocitó a la Caja de León, la de la libreta de la ardilla que mutó en toro antes de que la Junta y los empresarios del colegueo la convirtieran en un corralito financiero con chiringuitos como Inmocaja, anuncia la rescisión de 118 contratos más, a los que se sumarán los daños colaterales de quienes se mudaron a Andalucía y ahora deberán volver. Las rescisiones se anotan con el cierre de otras 14 oficinas que extienden el vacío que advierten desde hace meses ya en las zonas rurales, como la montaña, como Babia, donde resulta más probable cruzarse al oso en la calle principal de los pueblos que encontrar la ventanilla de la sucursal abierta para hacer unas gestiones. Hay cosas que el dinero no puede comprar, reza el eslogan. Pero para eso también están los bancos.

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