Diario de León

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El ferragosto ha trastocado mi orientación espacial y, sobre todo, la temporal. Me llevo el lago de Isoba desde Puebla de Lillo a Lillo del Bierzo como si pudiera teletransportar la bella mancha de agua glacial. Y si miro hacia arriba cuando camino deprisa por una calle del Barrio Húmedo juraría que son los años 70 y el mundo parece tan prometedor que solo me asaltan una sonrisa y presumo que brillo en los ojos. Voy al mercado y a cada rato me atrapa la idea de que es domingo. Tal vez debería consultarlo a mi médica...

Dicen que el 15 de agosto empieza la tarde del verano y la virgen no es otra cosa que un pequeño descanso, las feriai augusti, de las labores agrícolas, una fiesta que canta a las buenas cosechas después de la siega y la trilla. Tuve el privilegio de viajar muchas tardes de siesta en un trillo. Dábamos vueltas y más vueltas envueltos en el dorado polvo y pendientes de que la mula no estropeara los preciados granos. Tuve la suerte de vivir la infancia en un tiempo en que el contacto con la tierra era aún tan fuerte que comíamos melones y sandías que mi padre plantaba en la noria.

Luego nos contaron que aquello realmente no era muy bueno. Y es verdad que teníamos pozo pero no teníamos un grifo con agua y que las gaseosas y el vino se enfriaban en un caldero hundido en la boca oscura del artesiano. Y es verdad que el viaje en trillo era fastidioso si recuerdas los picores por todo el cuerpo y el denso olor de la parva aplastada por los pedernales.

Ahora que estamos quemados por el sol y el trabajo, a punto de hacer reventar el planeta con el CO2 de la abundancia, con hambre de trigo y el aceite de girasol por las nubes, porque han armado una guerra en Ucrania, y nos asfixian a precio de oro con el gas yanqui del fracking mientras abrimos la puerta de los Pirineos con un gasoducto para ser solidarios con la Europa del norte... Ahora que ya no puedo bajar al pozo fresco de la infancia, me atrevo a pedir a las autoridades que imiten a esos jóvenes que se han apuntado a la bolsa de empleo de la Asociación Berciana de Agricultores —mil productores necesitan 1.500 temporeros— para recoger peras, manzanas y vendimiar las uvas. Y que empiecen a dignificar el trabajo del campo, la agricultura y la ganadería... Y a repoblar de verdad y no de boquilla. Muchas carreras y hasta cátedras se empezaron gracias a la vendimia, la industria, los hoteles y hasta en el oficio de niñera... Ser temporero es una opción para sacarse un dinero para el curso, aprender algo del ciclo vital de la tierra y mirar hacia otro mundo posible con un poco de dignidad. Tal y como tienen el humor algunos camareros, aunque te prometan el Zielo, ser temporero, quizá pueda ser hasta una cura para el estrés y una salida para la explotación de ciertos negocios del ocio.

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