Diario de León

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El primer domingo de marzo, llamado del Ángel, se ponen los semilleros del pimiento morrón de Fresno de la Vega. Los hortelanos y hortelanas sacan las semillas guardadas de la anterior cosecha como oro en paño y las esparcen sobre la tierra. No ha terminado el invierno. Pero comienza un nuevo ciclo para que la primavera y el verano hagan su trabajo. Y, junto con el esfuerzo de hortelano, den su fruto en septiembre.

Son semillas de verdad. Ni están fabricadas en un laboratorio ni sirven las de cualquier pimiento cosechado en otros terrenos. Ya quedan pocos hortelanos y hortelanas —hace unos días falleció el señor Hilario—y no es una actividad que desde las instituciones se procure promover, proteger y divulgar. Estamos al final de una era y los terrenos de la España vaciada se miran con codicia para la producción de energía solar o eólica cuyo destino serán las plantas de hidrógeno de Francia y Alemania.

Marzo también es época de siembra de trigo en Ucrania.

Pero va a ser difícil que los agricultores puedan cumplir su misión porque ahora Ucrania es un tablero de la geopolítica: Putin dando órdenes de bombardeos desde el Kremlin y Biden meciendo la Otan desde el otro lado del Atlántico. Deberíamos petar las calles del mundo y asumir, sí, que el petróleo se acaba. Y que nos van a sangrar mientras se derrama la sangre en Ucrania.

Las guerras solo las sufren los pueblos. Y las ganan los fabricantes y traficantes de armas. Rusia tiene a China y a India, enemigos íntimos, en su mismo bando y Europa es un títere de Estados Unidos. Esta vez, Ucrania no será un conflicto olvidado como tantos y como lo fue en 2014 el del Donbás. La guerra se nos ha metido en la cocina, en la nevera y en el depósito del coche. La sociedad abre los brazos de forma inusitada a las personas que huyen. Nunca antes se había suscitado tanta empatía con los refugiados.

Mientras todo esto sucede y el frío se cuela con la esperada lluvia en un mes de marzo que marcea, en Castilla y León el pacto de Gobierno siembra un neolenguaje. Como es obvio que no pueden derogar la Ley de Violencia de Género ni los delitos que define porque es una ley orgánica estatal, PP y Vox pactan una ley de violencia intrafamiliar para contentar al electorado ultramachista; dicen que apoyarán la inmigración controlada, como si pudieran controlar la valla de Melilla y, en un ejercicio de funambilismo político, prometen bajar impuestos y mejorar la calidad de los servicios públicos. O lo que es lo mismo, dar duros a cuatro pesetas.

Del mundo de Hilario apenas quedan unas semillas. Hay que guardarlas. La civilización occidental se derrumba bajo delirio de la voracidad energética y las bombas.

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