Diario de León

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Amo Madrid. La ciudad de los atardeceres más hermosos de mi vida. Donde aprendí a caminar sola y a pelear a brazo partido por mis sueños. Madrid estaba dentro de ellos. Poco a poco, fue saliendo y entrando, como el tren que atraviesa una sucesión de túneles. Con el tiempo quedaron las estampas y llegaron las escapadas. Madrid siempre es un destino. Pocas semanas antes de que la pandemia nos envolviera en un nuevo mundo de distancias, mascarillas y cerrojazos, besé el cielo de Madrid por última vez. Subiendo por la cuesta de Embajadores, bajo el influjo de la Luna de Madrid, llegamos a Lavapiés, plaza Arturo Barea. Delante de la ruina de las escuelas Pías, de las que fue alumno el autor de ‘La forja de un rebelde’, se erige la estatua del músico mexicano Agustín Lara, compositor del famoso ‘Madrid, Madrid, Madrid’. En dos breves estrofas, el chotis destila la esencia de la fanfarronería y las oportunidades que brinda Madrid. Ariel Rot & The Cabriolets hicieron la versión rockera. Todo muta.

Salir de provincias en un tren correo para ir a Madrid a perseguir sueños fue parte de la Movida. Mucho le debe la Madrid a los provincianos y provincianas que recalaron en aquel espacio-tiempo de libertad, despeinaron su cabellera y le quitaron un poco de caspa. Ahora es Madrid, nieve o no nieve, la que tiene que mirar hacia afuera. Y verse en el espejo de la España Vaciada como en el callejón del Gato.

En el Valle Gordo de Omaña, un paisano, a sus 93 años, tenía la calle para andar en zapatillas tras la nevada. A esas bocazas que nos escupen cada dos por tres el 19% del PIB hay que recordarles que Madrid es paradigma del desastre por culpa Filomena, sí, pero sobre todo por la ineptitud de sus gobernantes que han dejado a la ciudad a la deriva con unos puñados de sal y a la ciudadanía helada con una foto de Pablo Con Pala.

Madrid tiene mucho que aprender de esa España que confunde con un parque temático poblado por exóticos aborígenes sin civilizar. El tiempo de Madrid, como el de todas las megaurbes insostenibles, ha caducado. Necesita a la periferia paleta para comer, vivir y respirar. Madrid tiene que volver a soñar con una Gran Vía alfombrada de claveles, con un proyecto de ciudad con menos desigualdades hacia dentro y hacia fuera. Una ciudad para vivir, que es mucho decir en este tiempo, y no sólo un parqué de la bolsa y el cenáculo de los especuladores y caciques del país, tan bien retratados en el Museo de Madrid.

Después de tres siglos de ‘Madrid, al cielo’, ha llegado la era de hacer el viaje de vuelta, como hacían los arrieros. En provincias hay de todo (salvo internet y trabajo). Hasta ocasos hermosos. Y en mi pueblo, Villaornate, un barrio que se llama Madrid y el mejor solponer del mundo.

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