Diario de León

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Una mujer escuchó la voz de otra mujer. Una mujer escuchó la voz de otra mujer y abrió los brazos. Una mujer escuchó la voz de otra mujer, abrió los brazos y se miró en sus ojos. Una mujer escuchó la voz de otra mujer, abrió los brazos, se vio reflejada en los ojos de ella y llevó su voz a la voz de otra mujer. Todas las voces juntas canalizaron el grito, se preguntaron qué podían hacer, construyeron un refugio y recibieron el eco de muchas voces de mujer. Esto no es cuento idílico. Ni siquiera es un cuento. Es la sororidad inventada por las mujeres desde tiempo inmemorial.

Hace 30 años nació en León Adavas, una asociación que llegó para escuchar el silencio eterno de las mujeres violadas, ayudar a sanar sus cuerpos, reivindicar al poder ante la desigualad y educar a la sociedad sobre la raíz de la violencia sexual. Tres décadas después, las denuncias por violaciones se han multiplicado. Las víctimas han roto el silencio o simplemente han tenido la ‘suerte’ de que alguien encuentre su cuerpo maltrecho, casi sin vida, en la acera fría de un polígono industrial a las siete de la mañana, como le sucedió a la adolescente de Igualad víctima de una brutal agresión.

Adavas surgió ante la hartura de miedo e impotencia que vivieron las mujeres leonesas cuando el conocido como violador del chándal perpetró hasta 15 agresiones en la capital. El caso tuvo en vilo a las autoridades y la policía. Llegaron a intervenir por primera vez mujeres policía como cebo. Fue un culebrón informativo.

Treinta años después la conciencia de las mujeres se ha movido y removido. Pero el patriarcado se ha armado y rearmado con más fuerza. Y los violadores ya no van en chándal, sino en manada. En estas décadas la sociedad ha dejado que el porno violador y violento entre en la vida de los adolescentes, sin más barreras que el acceso a un móvil e internet, mientras se veta la educación afectivo sexual en las escuelas. Se ha hecho visible la lacra de las violencias machistas gracias a la voz de las mujeres. No parece suficiente. Se denuncia más pero sólo vemos la punta del iceberg. Un 11% de los casos según la encuesta de Violencia Sexual de 2019. Se puede decir que hay más violadas y más violencia que nunca porque en un estado democrático y de derecho es inadmisible que esto ocurra y sucede cada cuatro minutos.

Las violencias machistas siguen en los márgenes de la política y en la periferia de la agenda mediática. No hay obras que inaugurar y muchos negocios oscuros que proteger. Reducidas a suceso tras suceso se pierden como gotas de agua en el océano; seguimos sin señalarlas como atentados contra los derechos humanos y no hemos asumido como sociedad, ni informativamente, que hay un problema estructural: la desigualad y el patriarcado depredador.

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