Diario de León

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Las vacaciones son un logro tan moderno que hay que ir a 1936, y a la Francia del Frente Popular, para documentar los primeros 15 días de asueto pagados por el Estado y las empresas. Ni que decir tiene que la aristocracia ya gozaba de los baños de sol y playa en el siglo XIX, cuando pusieron de moda las esplendorosas vacaciones de verano en Biarritz, San Sebastián y Bayona. Las corrientes higienistas y de renovación pedagógica animaron las primeras colonias estivales para la infancia. Incluso en tiempos de Roma hubo unas singulares ‘vacare’. En las ferias de Tarquinio daban uno o dos días de libertad a los esclavos. Porque ‘vacare’ es estar vacante, libre, ociosa... Las vacaciones entendidas como ese movimiento masivo y ajetreado de un lado a otro del país y del mundo llegaron a España, más o menos, con el Seat 600 o en aquellos Mercedes que venían desde Suiza o Francia —algunos alquilados para la ocasión— con los sueños de la emigración.

Yo era una cría. Me asombraba ver a las chicas que volvían de Barcelona, Madrid o Bilbao con vestidos cortísimos y estampados. Aunque cuenta Julio que en nuestro pueblo la minifalda ya era corriente cuando en el Páramo llevaban las mujeres las faldas hasta los pies... Cosas del regadío. Las vacaciones no existían en mi imaginario. Solo cabía el verano. Sin más. Días de mucho madrugar para recoger espigas con la fresca de la mano de mi madre, mañanas de ropa tendida sobre la hierba que respingábamos con puñados de agua. Mediodías de melón y sandía que mi padre cultivaba en la noria. De mirarnos en el espejo del pozo siguiendo el descenso de la soga con el caldero de las botellas de gaseosa y vino. Tardes de siestas incumplidas, de juegos prohibidos, de viajes en trillo por la era y chapuzones de agua en el río. Tiempo de airear y apalear la lana de los colchones, de lustrar el suelo con mazarrón y encalar las paredes con ribetes de azulete. De bajar al molino y comer pipas de girasol. Cada amanecer era una aventura. La playa tan solo era una canción de Fórmula V que no añorábamos. La magnífica visión de las olas y los baños marinos llegaron con el primer contrato. He vivido entre dos mundos tan distintos que unas vacaciones sin mar o sin un destino exótico no me dan vértigo. Tenemos una provincia ancha y hermosa, con aire acondicionado natural y muchas razones para veranear por más tiempo del que tiene nuestra cartilla de derechos laborales heredados. Vivimos en un momento de tanta incertidumbre que la tierra natal nos da la seguridad de las raíces. Volvamos con prudencia a esos pueblos sedientos de gente que dejamos atrás como la infancia. Miremos con gratitud a las personas que los habitan todo el año y tienen la luz encedida para alumbrar nuestro regreso. La playa puede esperar. Las vacaciones, no. Vuelan. Vamos a disfrutarlas. Donde sea.

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