Diario de León

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Hace ya tiempo que lo que durante décadas hemos considerado normal ha dejado de serlo. Las causas son variadas y variopintas. Desde el frenético ritmo del mundo, al surrealismo que nos ha traído la pandemia, pasando por innumerables acontecimientos de todo tipo. También es cierto que el término es tan subjetivo como inabarcable, pese a que todos tenemos en la cabeza lo que consideramos más o menos normal y lo que no. Piensen en su infancia y adolescencia, por ejemplo. ¿Qué era lo normal en su época? Aunque las circunstancias dependen mucho de los años, lo cierto es que hay una amplia horquilla de lo que se considera ‘normal’. Jugar en la calle, hacer deporte, leer, entretenerse con una buena conversación, socializar... Pero ahora eso es de ‘raros’ para buena parte de la juventud y los que acaban en la consulta de los terapeutas son ellos, en lugar de los otros. Como lo oyen.

Resulta que si no te van las partidas de videojuegos entre varios jugadores —cada uno cómodamente en su casa—, ni llenas tus redes sociales de ‘selfies’, ni te va el botellón —mejor si es clandestino y sin mascarilla— no entras en el grupo. Pero esperen, que esto es solo un ejemplo de lo raruno que está el mundo. Dicen que las universidades están vacías, como las bibliotecas, pero en los bares no falta gente. Que no digo yo que no sea importante lo segundo, pero no deja de llamar la atención a cualquiera que se pare a pensarlo. Los niños van con mascarilla al colegio, pero en las terrazas no hace falta aunque no se guarde la distancia de seguridad. ¿Acaso lo segundo es más importante que lo primero?

Y, mientras, ‘la fiebre del oro’ se apodera del Delivery, esa moda del envío de comida a domicilio en la que se libra una guerra loca entre las empresas que se ofrecen a llevarte a casa prácticamente de todo para ver quién vende más a pesar de que todas reconocen que es difícil que el negocio sea rentable porque la competencia es salvaje. Casi tanto como la decapitación en Francia, el pasado viernes, de un profesor de secundaria que había mostrado caricaturas de Mahoma en una clase de libertad de expresión. Así que no estaría mal replantearnos los límites de la normalidad porque el hecho de que cosas así sucedan a menudo no las convierte en normales.

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