Diario de León

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«Habrá muchos más sondeos hasta 2023». Así intentó Pedro Sánchez, en charla informal con los periodistas durante su gira estadounidense, restar importancia a los estudios demoscópicos. Pero, ojo, en la sala de máquinas de La Moncloa han saltado las alarmas. El PSOE cae a plomo mientras el PP se consolida al alza. Y, lo que es peor, el descenso del presidente en las encuestas —según apuntan expertos en estas lides— parece irremediable. O sea, cada día va a ir a peor. De hecho, desde la debacle de Sánchez en las urnas madrileñas del 4-M, como si la victoria de Isabel Díaz Ayuso hubiese sido un clic, la ventaja de Pablo Casado no para de crecer.

El presidente del Gobierno, claro, busca achicar balones. Dice a los suyos que queda mucha Legislatura. Pero, los socialistas terminan el curso rotos por el desánimo. Flota en el ambiente. Sánchez trató de rearmarse anticipando una profunda remodelación del Gabinete, que tenía previsto para septiembre. Creyó que si dejaba atrás a quienes fueron sus pilares, desde Carmen Calvo a José Luis Ábalos pasando por Iván Redondo, sería capaz de proyectarse hacia el futuro, que cogería impulso. Se equivocó. La gente lo ha entendido como signo de debilidad. Los sondeos posteriores apuntan que una mayoría de los españoles no se cree ya a Sánchez. Así que, por caras que cambie en su entorno, en realidad el problema es el propio presidente del Gobierno. Además, en vez de ahondar en las causas de su desgaste, cuya raíz está lejos de ser únicamente la gestión de la pandemia, ha elegido la vía equivocada: agarrarse a iniciativas de corte radical.

Basta ver la ponencia de cara al 40º Congreso Federal del PSOE. Otra vez se utiliza el comodín de denunciar los acuerdos con la Santa Sede. Ya en su día, José Luis Rodríguez Zapatero amagó con la ruptura de esos pactos internacionales. Pero ni siquiera él osó llegar tan lejos como ahora su partido. Y no le faltaban razones. El ex presidente acabó admitiendo la influencia del Vaticano y, a la postre, su obligación de mantener unas relaciones amigables. La estrategia de desplegar amenazas de rápido incendio contra la Iglesia, en un país cuya mayor parte aún se confiesa católica (y que ha podido comprobar su inmensa labor en las cada vez más numerosas colas del hambre, atendiendo a pequeños empresarios en ruina, trabajadores en Erte o en paro y familias enteras incapaces de llegar a fin de mes), sólo puede entenderse porque Sánchez ha perdido el contacto con la realidad de la calle.

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