Diario de León

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Ejemplos de lo que podría llamarse pensamiento populista pero que no lo es, sino más bien tomar por estúpidos a los ciudadanos, León ha padecido alguno que otro últimamente. Que nos han llamado imbéciles a la cara, vamos, al tratarnos como a niños chicos. Y aunque, como sostenía Chesterton, un caballero «es alguien que nunca es grosero, salvo intencio nadamente», en esos momentos a uno le entran ganas de ponerse en modo caballero, medieval o jedi, para darse el gustazo de responder con un espadazo en el lomo de esos faltosos vestidos de diputados. Y no es violencia, sino más bien un modo universalmente aceptado de arrear a las bestias de carga. Que animalicos son, a las órdenes de los ciudadanos que los han elegido para arrieros de sus cuitas, aunque acudan en traje y corbata a su centro de trabajo.

Recordemos el proceso de selección de sede para la capital de la agencia de la cibercosa europea. Después de estar semanas vendiéndonos la burra de que teníamos posibilidades ciertas, no es que no pasásemos a la final sino que cosechamos menos apoyos que el Chiki Chiki en Eurovisión. En vez de reconocer la borrachera de expectativas, que igual nos vinimos arriba sin demasiadas razones para ello, como cada vez que la Cultural alcanza la liguilla de ascenso, al partido en el gobierno, para camuflar el desastre diplomático y de captura de simpatías, no se le ocurrió otra cosa que afirmar, a través de su diputado local Cendón, que la tentativa no había sido un fracaso porque de esa forma se había promocionado enormemente «León» —el discursito de la marca, ya saben— con lo de la ciberseguridad. Es algo así como si un partido, pongamos que «Cazurros Cabreados de Cojones», se presenta a las elecciones nacionales y dice, después de recolectar cuatro votos, que ahora es mucho más conocido por los electores pues sus papeletas estuvieron en todos los colegios electorales.

Un insulto a la inteligencia. O bien a la pública y general de los leoneses por parte del «razonamiento populista» que nos toma por lerdos, o bien a la propia, sacrificada en defensa de los errores del partido. Suponiendo que sea esto último, Javier Cendón va a tener que demostrar con obras aquello que Platón —que por cierto se llamaba Aristóteles, lo de Platón era mote por su anchura de espaldas— se vio obligado a defender ante sus discípulos: «No soy tan tonto como parezco».

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