Diario de León

Antonio Manilla

Cronistas y tronistas

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León, para quienes nos visitan, está bastante bonito. Eso es al menos lo que expresan los amigos de paso con que uno ha caminado por las calles para enseñar del centro o acudido a los baretos de moda, donde todas las cañas se han vuelto cortos y algunas tapas muestras, pero no sé si esa buena impresión cabe asimilarla exactamente a progreso. León, de siempre, ha sido tenido por un lugar que descuella por su hermosura. Por citar un ejemplo antiguo y cualificado, Álvaro Cunqueiro lo equiparaba a Constantinopla y Roma no solo como sedes imperiales, sino por «ciudades bellas», dignas —si no recuerdo mal— «de ser metidas en una bola de nieve». Pero novedades y progreso no siempre coinciden necesariamente.

Si fuera por las esculturas con que nos están condecorando la ciudad, nos estaríamos volviendo ciudadanos de capa y espada. Con tanto señor feudal a cada vuelta de la esquina, no sé si somos más conscientes de nuestro glorioso pasado medieval o simplemente algo más súbditos que antes. No me diga que cuando se topa con el busto de Urraca o con el cuerpo entero del rey Alfonso no le entran unas ganas irresistibles de postrarse allí mismo, por si las moscas. Los niños se suben a la Negrilla o al León de la cloaca sin muchos melindres, pero cuando se enfrentan a alguna de esas efigies regias miran alrededor buscando entre el asfalto una piedra con que defenderse. Como las truchas, que nada más viven en aguas limpias y corrientes, los niños resultan indicadores infalibles de la bondad de una estatua y estaría bien que formaran parte de los tribunales de adquisición de mobiliario urbano.

Aquí, para ser declarado cronista de la ciudad, siempre ha habido que ser un espíritu antiguo, más dado a los archivos que al siglo en curso, también inclinado al tronismo de capa y espada, cuando resulta que las mejores crónicas de nosotros mismos las han hecho los volanderos, las aves de paso como Francisco Umbral cuando retrató las tabernas de León o Luis Mateo Díez, que lleva toda la vida fuera pero en cada una de sus novelas siluetea personajes que rezuman carácter leonés por los cuatro costados. O Andrés Trapiello, que haber habrá escrito un maravilloso retrato de Madrid pero en su más reciente libro, «La fuente del Encanto», aparece León casi en cada página. Era lo que venía a decir y dicho queda.

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