Diario de León

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Los leoneses somos una gente, por lo que se ve desde hace décadas, que se alimenta y conforma con pequeñas euforias periódicas. El político que aspire a hacer carrera en León tiene que tener una fértil imaginación de entelequias, pensar a lo enorme y envidar con estilo, como mínimo, una escuela de pilotos o una sede cibereuropea, de ahí para arriba, cada legislatura. Sin un glorioso envite o un órdago a la autonomía, ningún político puede aspirar a un cargo público remunerado, al menos si pretende revalidar mandato a base de promesas imposibles. Bueno, ninguno no, porque ahí está el ejemplo, resistiendo ahora y siempre a la tentación, del sindicalista Matías Llorente, más de cuarenta años atado a la poltrona sin prometer nada que fuera a incumplir. Ni a cumplir tampoco. Con su política de pueblo, atenta al rumor de la aldea y al precio del gasoil agrario, pendiente de perpetuarse a toda costa y a toda costra. Sobre el surco, con las leyes consuetudinarias en una mano y en la otra un terrón, para no olvidar nunca que él es un viejo zorro.

Ahora nos dicen que Matías Llorente les ha hecho un traje a los leonesistas en la Diputación, negándose a romper el pacto de gobierno y quedándose con el acta de diputado. Se ha escenificado una ruptura con los socialistas que, a un año de nuevas elecciones, estaba cantada. Aunque estos hubieran conseguido que el gobierno nacional de su color ejecutara alguno de los puntos del acuerdo para la cogobernanza provincial, se habría producido igual: las urnas mandan. Pero también añaden que lo imprevisto ha sido el verso suelto del líder sindicalista, que ha desobedecido y se ha quedado del lado del poder. Si los leonesistas son tan inocentes como para sorprenderse de esto, a quién le va a extrañar que hayan necesitado tres largos años para percatarse de que les estaban dando largas y nada iba a realizarse. Si, además, fuera verdad, tendrían en sus manos vengar la presunta traición en la alcaldía de la capital, sostenida por ellos, pero no parece que vayan a buscar desquite.

Matías Llorente, el viejo zorro de la estirpe populista de Jesús Gil y Miguel Ángel Revilla, aunque con menos horizontes, seguirá rigiendo como presidente en la sombra la Diputación de León con su política de carreteras comarcales y acciones concretas. Como estaba previsto. Aunque ahora nos digan que están consternados.

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