Diario de León

Antonio Manilla

Política de carne y hueso

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Tenemos una izquierda invertebrada, la socialdemócrata, y una izquierda descarnada, la totalitaria y extremista. Pero no existe una izquierda de carne y hueso. Tampoco (que nadie se sulfure ni se cele) una derecha a la que caben adjudicarle exactamente los mismos descalificativos. No existen, y tendrían que existir, una derecha y una izquierda no solo con cuerpo, sino también con sentimientos, que fuera capaz de ruborizarse, alegrarse y condolerse, ver al contrario como adversario y no como enemigo o pieza a batir. Una izquierda y una derecha más europeas y menos hispanas, con músculos y tendones sobre la osamenta para entrechocar las manos o al menos haber cogido una pluma y firmar algún tipo de pacto de Estado ante lo que era una situación de emergencia nacional, no solo sanitaria. Unos partidos políticos que, sin cesar en la defensa cada uno de lo suyo, tuvieran alma. Arrestos al menos para dejar de enarbolar la espada de «la culpa es tuya» y el escudo del «y tú más», capaces de comprender aquello de «en tiempos de turbación, no hacer mudanza». Sensata sentencia que, traducida al momento, podría quedar en algo tan simple como esto: «en tiempos de crisis, hacer gestión». Problema a problema, como en la religión del Cholo Simeone.

Pero, llegados a este punto del partido, ya sabemos que no los tenemos. Quienes a estas alturas no estén convencidos de ello será porque abonan las cuotas de alguno de estas formaciones permanentemente afiliadas al frentismo, a la confrontación, a la gresca. Conforman la masa social acrítica e incondicional que con su aplauso y sus «likes» jalea y alienta a la bestia que se está gestando en el centro del laberinto, puede que inconscientemente, acaso sin ver que esos caminos nada más conducen a una encrucijada. Cualquier espectador imparcial percibe con claridad que no tenemos parlamentarios ni tan siquiera medianos y que los oradores son lamentables: además de incivilizados, con un nivel —no ya de razonamiento, sino verbal— realmente ínfimo, banderillesco, casi barriobajero.

Abochorna tanto y tan hondo escuchar a nuestros representantes, que la única solución sería una limpia en profundidad de los partidos políticos, la llegada de savia nueva y dialogante, formada y bien paseada por el mundo, menos criada en la organización y más leída. No sé si la habrá. Pero, para empezar, los partidos podían mandar a Europa, a que se aireen, que algo se les pegará, a sus jóvenes cachorros.

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