Diario de León

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Nuestra forma de relacionarnos con el mundo es la inteligencia, como nuestro modo de relacionarnos entre nosotros es el lenguaje, aunque a veces pueda parecer que es la violencia. De la ecuación, obviamente, queda excluido el discurso político, que, por lo general y digan lo que digan, a los que somos de pueblo nos sigue pareciendo la forma menos inteligente de hacer la guerra por otros medios y la más inútil de perder el tiempo.

(Por cierto, como diría mi monologuista favorito, siempre entre paréntesis, que hay una poco ponderada especie de monos, los bonobos, tan evolucionada que son capaces de reconocer su imagen ante un espejo y que dirimen sus diferencuerpo a tierra antonio manilla Tertulitas cias, en vez de a mamporros, mediante el sexo. Cuánto nos queda por aprender de la naturaleza salvaje. Y no lo digo por las clases de sexualidad, sino por las de pacifismo. Al 68, que copió a los bonobos, por cierto, le habría ido mucho mejor haberse producido un año después).

Las relaciones entre inteligencia y lenguaje, por lo menos para los de Letras, parecen obvias, pero quizá no sea tan así. Faltan experimentos de doble ciego en las ciencias sociales y por eso a lo que dice un historiador siempre puede salirle otro sosteniendo lo contrario. Y seguramente no tenga razón ninguno de los dos. Las únicas hipótesis a las que no se les puede poner reparos son las basadas en el Catastro de la Ensenada. Y conviene revisarlas. Bueno, a lo que iba es a que parece que hay gentes que o piensan o hablan, como si juntar las dos cosas fuera imposible para ellos. Traigo como ejemplo a esos primates de postín que son los tertulianos televisivos, ese cruce entre charlatanes de feria y políticos en campaña, con un resto de genoma antediluviano que los predispone a la dentellada. Ah los tertulitas semi-ilustrados, cuántos momentos de placer y ataques de risa les debemos…

Hay quien se enciende con solo contemplar en la pantalla a estos especímenes cuya principal habilidad es el oído selectivo, que les impele a escucharse a sí mismos e ignorar a los demás. Como ocurre con comer y charlar, cuando en alguna rara ocasión intentan pensar y hablar a la par, siempre se produce un fenómeno de mala educación primaria. No es exclusivo de ellos, por supuesto, pero hacen tanto uso de él que resulta característico. ¡Qué buenos cantantes serían si no fuera por la voz!

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