Diario de León

Antonio Manilla

Tiempo de piernas abrazadas

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Vivimos cada vez más murallas adentro, para dejar el virus fuera, elevando portones y estableciendo fielatos, usando máscaras y pócimas, y de paso asistimos a un resurgir de la naturaleza medieval de las ciudades europeas, que se retraen hacia su interior, hacia su cogollo, como el niño se encoge ante el miedo abrazando sus piernas. Quizá ya hayamos superado incluso el grado de introspección y aislamiento de las ciudades-estado y estemos en las ciudades-potito.

Vivimos, sí, un tiempo de piernas abrazadas. El confinamiento y la prudencia debida hacia un virus que, como el amor, está en el aire, provoca nuestros recelos. Recelos que se transforman en un vivir con miedo ante el constante bombardeo de propaganda institucional poco menos que apocalíptica, con el Estado en modo Cuarto Milenio y las taifas autonómicas cargando el bombo. Repito: miedo. Ciertamente es libre, pero conviene no perder la perspectiva por muy alto que griten los voceros: si en todo el planeta murieron por coronavirus el pasado año dos millones de personas, diez millones lo hicieron por cáncer. Debemos seguir extremando los cuidados porque la covid es evitable, no es un «a quien Dios se la dé que san Pedro se la bendiga», y casi lo único que sabemos positivamente es que poner barreras funciona. Perfecto. Aunque no sea el peor de los patógenos —aviso para aprensivos: no busquen por internet lo que es el virus Nipah—, que por nosotros no quede, aunque la fatiga de la población ya se haga notar.

Y con fuerza: mucha gente ya no quiere saber más del tema, pasa de la actualidad de la pandemia, se trata de un mecanismo defensivo individual contra las enfermedades mentales. Nuestra vida en reclusión, sin apenas contactos sociales, genera estrés, insomnio, ansiedad, depresión y otras patologías que los expertos consideran que al cabo harán que aumenten los suicidios: una terrible huella psicológica. Eso a título personal. ¿Pero quién se ocupa de defender nuestro nosotros moribundo? Un diputado germano afirmó al principio de la pandemia algo así como que los alemanes no iban a correr como gallinas. Estuvo bien. En el sentido de evitar los daños que se producen en una estampida: a ese bien me refiero. Mucho mejor que transmitirnos que habría uno o dos casos como mucho: no solo la primera de las mentiras, sino el primer insulto a los españoles como conjunto, tratándonos como a un pueblo de niños lerdos.

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