Diario de León

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No deja de escupir lava el volcán de Cumbre Vieja. Y en Ponferrada recuerdan a César Gavela, el autor de El puente de hierro, una novela que el Ayuntamiento tratará de reeditar.

No dejan de surgir bocas de magma, coladas que buscan el mar, como los ríos del poeta Jorge Manrique. Pero la metáfora quema. Y en el Bierzo termina la vendimia, la Denominación de Origen regresa a las ferias, el mundo se despereza después de la pandemia. O más bien una parte del mundo. En otra siguen sin vacunar.

Los jóvenes han convertido los botellones en su principal forma de ocio. Dieciocho meses de confinamiento y mascarillas parecen una eternidad cuando se tienen veinte años. Y la calle es suya, para espanto de los vecinos que viven en barrios como el de Malasaña de Madrid, epicentro de la fiesta.

No dejan de emerger cenizas del volcán de La Palma. Gases tóxicos que obligan a confinar a la población que no ha sido desalojada por el flujo de la lava. Y el magma infernal ha formado un delta rojo y negro en la orilla del mar.

En Madrid, el Gobierno ha vuelto a decir que derogará la ley mordaza y la reforma laboral. Y en el País Vasco, Arnaldo Otegui afirma que siente el dolor de los crímenes de ETA. Pero no pide perdón.

Zapatero y Felipe González abrazan a Pedro Sánchez. El PSOE ofrece una imagen de unidad. Pero los Presupuestos Generales del Estado siguen relegando a la autovía eterna; la conexión entre Ponferrada y Orense que debe acercarnos a los bercianos al mar, como una colada de asfalto.

Decía hace unos días el escritor Julio Llamazares que el Bierzo es un agujero negro, un espacio vacío en el mapa de las comunicaciones. Perdimos el AVE. Nunca se tomaron en serio la autovía a La Espina por el valle del Sil. Y la A-76 es como el tren turístico a Villablino; un proyecto que resucita cada vez que hay elecciones y vuelve al letargo después de votar.

No deja de salir lava del volcán más joven del planeta, aunque lleve el nombre de Cumbre Vieja. No deja de llover ceniza sobre los pueblos y los plataneros de la isla de La Palma. Es el ciclo de la naturaleza. Y escribo esto desde una ciudad de aluvión, un jardín de antracita con los setos llenos de escoria y dos ríos negros de carbón, como la imaginó César Gavela.

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