Diario de León

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En Leópolis venden rollos de papel higiénico con la cara de Vladímir Putin. Lo hacen para protestar contra la invasión de su país mientras se limpian las posaderas con la imagen dirigente ruso, empeñado en recuperar la grandeza y la gloria perdida de los zares.

Suena escatológico, ¿verdad? Pues ahora viene lo mejor.

Leo, asombrado, que el jerarca ruso se lleva su propio inodoro y bolsas especiales para recoger sus heces cuando viaja al extranjero. Así evita que sus defecaciones caigan en manos enemigas. Los guardaespaldas se encargan de recogerlas y enviarlas a la madre patria, y allí las destruyen.

Roza la paranoia, ¿no es cierto?

Recuerda a la manía conspiranoica que en los últimos años de su tiranía llevó a Iósif Stalin a purgar los cuadros del Ejército soviético, del Partido Comunista y de la administración rusa para que nadie se atreviera a moverle la silla. Stalin, sátrapa que había matado de hambre a media Ucrania en los años treinta, padecía una enfermedad muy común entre los dictadores, un mal que sufren quienes llegan al poder con malas artes y se mantienen en él mediante la represión y el miedo: no se fían de nadie. Y eso no deja de ser un síntoma de debilidad.

Ahora descubrimos que los tiranos, ni duermen ni hacen del cuerpo tranquilos. Y tienen sus motivos. Al parecer, el servicio de inteligencia danés —cuenta Pedro Poza en El Mundo — ya le había ‘robado’ los excrementos y la orina a Nikita Jruschov, el líder de la Unión Soviética, cuando en junio de 1964 visitó Copenhague.

Seguro que se preguntan, con perdón, qué tiene la mierda de un dictador que interese tanto. Qué información se puede extraer de sus intestinos. En el caso de Jruschov, el espionaje occidental quería saber si era cierto que se encontraba gravemente enfermo. Así que desviaron las tuberías del hotel donde se alojaba. Y se quedaron con el botín.

A los pocos meses, una suerte de golpe de Estado organizado por Brézhnev apartaba a Jruschov del poder y el Kremlin justificaba su cese en que padecía arterioesclerósis. Lo curioso es que el informe médico con el análisis de sus excrementos en Occidente había descartado que estuviera enfermo.

A saber lo que harían hoy con el inodoro de Putin.

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