Diario de León

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Anoche me quede despierto hasta muy tarde con el último libro de Sergio del Molino en las manos. Contra la España vacía , dice su autor, no es ninguna refutación del famoso ensayo con el que dio nombre al fenómeno de la despoblación, sino una suerte de aclaración de todos los malentendidos que ha creado el título más influyente de la literatura de no ficción de los últimos años en castellano, hasta el punto de que ha resucitado a España como tema sobre el que escribir.

Del Molino explica que aquel ensayo no era tanto una denuncia de la despoblación como una propuesta para renovar la convivencia de este país en torno al reto demográfico; la necesidad de tomarse el éxodo rural como un asunto de Estado.

Por la mañana, con las ideas de Sergio del Molino sobre los nacionalismos, la democracia liberal, los populismos, el patriotismo constitucional, la Arcadia rural con la que sueñan algunos después de la pandemia, el lento declive de las capitales de provincia, la esperanza que se esconde detrás de las banderas desteñidas y lo idiotas que podemos llegar a ser los españoles todavía revoloteando en mi cabeza, escucho una frase de Unamuno—otro al que le dolía España— en boca del alto comisionado para la Estrategia España Nación Emprendedora; un cargo que depende directamente del presidente del Gobierno y que tiene la misión, ambiciosa, de cambiar el modelo productivo de este país para que la innovación sea el motor de la economía nacional en el año 2030.

De aquel ‘Que inventen ellos’ de Unamuno —una frase referida al papel de España en Europa convertida en un cliché, como ahora ocurre con la expresión ‘la España vacía’— el alto comisionado Francisco Polo pasaba al ‘Que emprendamos nosotros’. Y también decía, en otro párrafo pulido por sus asesores, sin duda, como cebo para los periodistas, que la innovación debe ser «el rompehielos» de un nuevo modelo económico. El discurso, tan enlatado, me deja frío. Pero no deja de tener razón. Algo tenemos que inventar, y si lo inventan ellas, mejor, para que este proyecto de país que somos, asediado por los nacionalismos y la polarización, resulte atractivo, no tanto a los turistas —¿alguna vez seremos algo más que los camareros de Europa?— como a nosotros mismos.

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