Diario de León

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Allá por los años sesenta, mientras Ramón Carnicer levantaba ampollas después de recorrer los pueblos de La Cabrera y comparar su miseria con la de Las Hurdes en un libro muy denostado por las autoridades franquistas, el filólogo de Villaseca de Laciana Francisco González, afincado en Ponferrada desde los siete años —salvo un intervalo de cinco años en Argentina y el tiempo que le llevaron sus estudios universitarios— comenzó a visitar los pueblos de Toreno para grabar la forma coloquial de hablar que tenían sus gentes.

 Ayudado por un armatoste enorme y pesado, un primitivo magnetófono que casi era más grande que su ayudante, el adolescente Paco Vuelta, González se dedicó a grabar las conversaciones de los habitantes del municipio, sus expresiones, sus giros, su vocabulario, y con todo aquello editó veinte años después un libro, El habla de Toreno, muy apreciado por los lingüistas.

Pero Paco González, así se le conoció, fue más que un filólogo. En la posguerra firmaba sus artículos y sus cuentos en la prensa leonesa con el seudónimo de Gondemar. Escribió poesía, ordenó lo que acabaría siendo el Archivo Histórico de Ponferrada cuando consiguió permiso para entrar en el desván de la Casa Consistorial en busca de documentos, y escarbó en algunos episodios de la historia de la comarca como la famosa batalla napoleónica del puente de Cacabelos, donde murió el general Colbert, héroe de la caballería francesa, y de algunos lugares como el monasterio de Carracedelo o la antigua cárcel de Ponferrada, convertida hoy en el Museo del Bierzo.

Eran años rancios para la cultura —Ramón Carnicer lo comprobó cuando publicó Donde Las Hurdes se llaman Cabrera— y Paco González, que también era pintor y dejó óleos y unos estupendos dibujos del patrimonio del Bierzo como los que hizo del desaparecido Arco del Paraisín o del arco de la Torre del Reloj, destacaba por su versatilidad. 

Cuando al final de sus días pusieron su nombre a una calle de Ponferrada, tuvo unas palabras humildes, que le emparentan con los hablantes de Toreno: «Donde está ahora mi nombre en una placa, tenía mi padre una huerta en la que yo doraba el lomo con el sol de agosto», dijo. Y nunca deslumbró tanto.

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