Diario de León

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En el año 1820, una ballena gigante de veintiséis metros de largo utilizó su cabeza como ariete y echó a pique al ballenero estadounidense Essex en mitad del Océano Pacífico. El Essex había partido meses atrás desde la isla de Nantucket para cazar cetáceos y comerciar con el aceite y el codiciado ámbar gris de las ballenas, y su tripulación, refugiada en tres de los botes del barco, tuvo que afrontar una travesía de cinco mil kilómetros hasta América de Sur en condiciones precarias y con los alimentos escasos y el agua dulce que habían logrado rescatar del pecio.

La historia del Essex le sirvió a Herman Melville para escribir Moby Dick, la novela de la bestia blanca que hunde al Pequod para vengarse de los cazadores de ballenas. Aunque el texto se basaba en el naufragio real del Essex, y en el relato del superviviente Owen Chase, a mediados del siglo XIX parecía increíble que un cachalote pudiera hundir un ballenero cinco veces más pesado. Pero investigaciones recientes han demostrado que las dos grandes bolsas de aceite y desechos en la frente de un macho actúan como amortiguadores y protegen el cráneo de un impacto. Y el zoólogo de la Universidad de Newcastle Richard Bevan ya aseguraba en 2013 que una ballena recuerda sus traumas. «No tengo la menor duda de que un cachalote puede recordar si lo atacaron con un arpón y responder agresivamente si se siente amenazado», decía.

Pequeños veleros que navegaban en torno al Estrecho de Gibraltar y la Ensenada de Barbate, en Cádiz, han sido atacados este verano por orcas que rompían sus timones a mordiscos. Orcas, sabemos ahora, arponeadas con anterioridad por pescadores de atún que les disputaban su alimento y que han reaccionado inutilizando la parte más frágil de los barcos. Estos días, mil quinientos delfines mezclados con ballenas piloto han muerto en las islas Feroe, perseguidos por botes y motos de agua y rematados en la playa. Es una tradición centenaria y sin fines comerciales, el Grindadràp. Una costumbre salvaje, nacida en tiempos de escasez, que todavía llena las playas de sangre. Y la pregunta que me hago es cuántos delfines más tienen que morir a machetazos para que esos mamíferos tan nobles se revuelvan contra el rito de los pescadores de las islas Feroe.

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