Diario de León

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Parece extraído de una peli de Walt Disney pero es un producto de esas mentes perversas que cada día nos llenan los boletines oficiales. La Junta ha multado a los Reyes Magos. El sueño podemita de humanizar a las monarquías lo ha hecho realidad ese gobierno a medias de Partido Popular y Ciudadanos que tramita en unos pocos días las sanciones para los ayuntamientos que quisieron enviar un mensaje de ilusión a los más pequeños, esos que habíamos quedado que eran los otros grandes héroes de esta pandemia por su capacidad de sacrificio, su compromiso cumpliendo las normas y su ejemplo al resto de los seres humanos, a los que nuestros egoísmos nos animan a ser bastante más insolidarios.

A medio camino entre los Dickens y esas brujas y brujos malvados, a la fábrica de decretos de la Junta se les ha ocurrido la penúltima con una celeridad a la que los ciudadanos no están acostumbrados en sus verdaderos problemas. Enviar una serie de multas por las ‘no cabalgatas’ del 5 de enero, esas que no pudieron generar ningún tipo de aglomeración de personas —ya que no se sabía ni horarios ni recorridos—, reproduciendo tantas manifestaciones y giras de coches de protesta como hemos visto durante los últimos meses sin que nadie sacase la boleta de las sanciones

Esos mismos que envían la multa ahora son los que pocos días antes participaron en los corros de un acto con gente, y bien anunciado, en Villafranca del Bierzo, sólo por poner un ejemplo. Pero ya se sabe que lo segundo más propagado en esta pandemia es ese síndrome del ‘contagia el otro, que yo lo hago todo bien’

El pulso entre la Junta y principalmente el Ayuntamiento de Valladolid ha empujado al mayor de los ridículos a un gobierno autonómico que parece que no tiene nada mejor que hacer que multar a los Reyes Magos. No donde se organizaron actos estáticos, algunos con largas colas. Sólo en las ciudades en las que se evitaron las concentraciones de personas con iniciativas dinámicas. Pero, como ya es norma en esta pandemia, eso es lo de menos. Lo importante es ese pulso permanente con el otro, ese afán de decretar sin evaluar recintos ni aforos, ni repensar qué medidas son eficaces. Todo esto hace tiempo que supera la ficción. Como esa sanción a la ilusión infantil que parece más propia de un monólogo humorístico...

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