Diario de León
Publicado por
RODRIGO CUESTA GARCÍA
León

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Es hora de hablar de una casa vieja con suelos de tierra pisada y paredes de adobe. Es hora de hablar del frío y del rocío en los sembrados, y de las piedras heladas de los caminos en las mañanas de invierno. Es hora de oír, y de ver, y de saber estar. Y de sentarse en un humilde rincón de la biblioteca, a gastar tardes enteras leyendo historias de nosotros, para saber quiénes fuimos, para conocer de dónde venimos, para que nos recuerden lo que comíamos, y lo que no pudimos comer. Es hora de leer del cura y del alcalde, y de poner a cada uno en su sitio, de aprender a llamar a los perros con nombres cortos, de una sola sílaba. Es el momento de escribir poco y decir mucho, de construir con palabras breves, redondas, maduras y cotidianas, los cimientos de una nación. Ahora es buen momento para aprender, realmente, a leer y a escribir, a vivir leyendo. Porque es cierto que con frases sencillas, se pueden crear libros magníficos, inalcanzables y eternos. Es cierto que se puede ver el tejido más sólido y extraordinario de las letras universales en nuestros mejores observadores. Ahora sabemos que se puede meter en cualquier hogar, al lado de una mesilla de noche con lámpara, a las chaquetas de pana, a la niebla, a un arroyo, a una calle empedrada, a un barrizal, a los perros, al búho real, a un reloj de pared, a un muerto, a una bicicleta, a un falso creyente, a un cucurucho de periódico con castañas, a la miseria y al hambre, a la nutria, a un botijo, a dos amigos de diez años, a un cementerio, a un tiburón, a una plaza real, a un puro con la punta mojada en coñac, a una chopera, a una viuda parlanchina, a un trozo de pan con queso, al camino a la iglesia, al corazón honesto del pobre, a la milana y a la caza. Y mucho más, que nos ayude a saber cómo trabajamos, cómo nos reímos y cómo hablamos. Es hora de dejar en paz a los niños, y de amistarse con los libros. Es hora -siempre lo fue- de leer a Delibes.

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