Diario de León

Relato de un recorrido en tierra de Castilla-León

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León

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Era la época de los años cincuenta del siglo pasado, cuando todavía se vivían los coletazos y las apreturas de una circunstancia, que ha marcado la historia de España para siempre. La situación se desarrolla en la llanura de la tierra castellana–leonesa en una mínima zona, alejada de la proximidad a la prosperidad y con escasos recursos económicos. Eran tiempos donde las familias estaban formadas por una descendencia numerosa, por regla general se aproximaban a la decena de hijos, que visto con la perspectiva de la distancia, no dejaba de ser una contradicción con los medios que disponían. No es necesario recalcar que los pequeños núcleos de poblaciones rurales, carecían de los más elementales medios de supervivencia. Construcciones de viviendas con paredes de adobe y endebles techumbres, que no se ajustaban a ningún criterio arquitectónico de habitabilidad, carentes de los servicios más elementales, como el agua, electricidad y teléfono. Calles con las calzadas en tierra, que cuando llovía eran auténticos barrizales y que su trazado no obedecía a ningún concepto geométrico preestablecido. Las vías de comunicación con los centros de distribución más próximos, eran caminos de tierra de estado fan-ganosos, que se habían forjado por el paso de los carros, medio de transporte habitual de la época. Tirados por animales por lo general vacas o bueyes. Como opción complementaria y avanzada se utilizaban caballerías equipadas de alforjas. La actividad en la zona siempre ha estado marcada, por la agricultura de secano y pequeños rebaños de ganado ovino. Por el tipo de laboreo que se desarrollaba y los medios disponibles, implicaba contar con la disposición de todos los integrantes, del núcleo familiar. Desde edades muy tempranas, a partir de los seis o siete años, se hacía necesaria la participación de los hijos en las tareas diarias, bien para el atender del cuidado de los animales o colaborando en la ayuda de los trabajos que se desarrollaban enfocados a las necesidades requeridas por la agricultura. Si algo no se puede obviar de los pueblos de la España rural del siglo pasado, es la Escuela y la Iglesia. A nadie le puede pasar desapercibido, que eran centros donde se escenificaba la máxima actividad social, tanto la maestra/o como el cura, junto al alcalde eran las máximas autoridades en el pueblo y que como tal eran respetadas. Había una regla no escrita, que todos los padres cumplían con la máxima puntualidad, la asistencia de los hijos a la escuela. En los pequeños pueblos la escuela era el centro de formación intelectual mixto, donde chicos y chicas compartían estudios y juegos. Afortunadamente no implicaba ninguna situación, por lo que fuese necesario establecer eso que ahora los "progres" llaman clase de género. La asistencia obligatoria a la escuela era a partir de cumplir los seis años, los primeros pasos se desarrollaban con aprender a leer en el libro llamado Catón, escribir sobre cuadernos específicos a la edad, conocer los números y saber contar. Cuando habían adquirido la suficiente soltura en las materias indicadas, no sería en un tiempo inferior a tres o cuatro años, el siguiente escalón era pasar a estudiar con el único libro de texto llamado enciclopedia. En este libro se recopilaban todas las materias de todos los cursos hasta acabar el ciclo de permanencia obligatoria en la escuela, que terminaba cuando los alumnos cumplían los catorce años. La enciclopedia debido a su amplio contenido, era un libro voluminoso, como dirían un colega en el argot moderno, un tocho, que la maestra/o establecía bajo su criterio, donde finalizaba la materia de cada curso. ¡Que merecido reconocimiento! Para aquellas maestras/os que eran especialistas en todas las materias. No se ha hecho mención a la función social de la iglesia en esa época, aunque desarrolló importantes cometidos para su tiempo, siempre tuvo algunas opiniones encontradas y quizá nunca gozó, del reconocimiento unánime que la escuela. Hoy transcurrido sesenta y cinco años del inicio de este relato, he vuelto a situarme sobre los escenarios mencionados, no sería capaz de describir la decepción, si….. hay agua, luz y teléfono. Ha sido sustituido el camino de los carros por una mínima carretera, donde había vacas o bueyes ahora hay tractores. ¿Pero... dónde esta la escuela? aun peor ¿dónde están los niños? Solo he encontrado gente mayor, que su cara reflejaba la tristeza, que da vivir en soledad y las casas de paredes de adobe, muchas de ellas en ruinas. A esto hoy, con toda la crudeza que nos muestra la realidad, tenemos el cinismo de llamarlo progreso.

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