Diario de León
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León

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EL TEJO Y LOS VÁNDALOS Ha hecho buen tiempo esta Semana Santa y, con mis sobrinos, he podido hacer alguna excursión en los momentos en que las procesiones y los oficios religiosos nos los permitían. Subimos un día al Morredero a comprobar la diferencia de nieve con el año pasado. Muy apreciable, la verdad, nos espera un verano de sequía si no le da por llover con ganas en lo que queda de primavera. A la bajada nos detuvimos, como siempre, en San Cristóbal, con visita obligada a su tejo casi milenario. Lo que pude ver me llenó de honda desazón. Su corteza se encuentra hollada, herida por marcas de navaja o cualquier otro utensilio cortante que le han dejado en la piel obscenos nombres y signos de descerebrados que no han tenido otra cosa que hacer que intentar inmortalizar su nombre de imbéciles sobre la noble piel del más anciano y venerable ser vivo de la comarca. A veces no llegamos a ser plenamente conscientes del tesoro natural inigualable que supone este árbol. Ya vivía cuando los españoles se encontraban embarcados en la Reconquista para expulsar de la Patria a la morisma invasora. Ya era secular su edad cuando las naves de Colón descubrieron un nuevo mundo allende los mares. Siguió creciendo cuando España creó un imperio y evangelizó un continente. Y cuando, de nuevo, la nación se alzó para combatir contra el invasor napoleónico. Y cuando, tristemente, nos enzarzamos en querellas cainitas. El tejo lo ha visto todo, lo ha contemplado todo, impasible, en la lentitud milimétrica de su crecimiento. Ha llegado hasta nosotros como testigo viviente de la historia de nuestra comarca. Desde el punto de vista de la botánica quizá sea el más eximio representante de nuestra vegetación. Y, habiendo llegado hasta aquí, ahora lo ponemos en riesgo de perecer a causa de nuestra estulticia y de la absoluta falta de protección a la que se ve condenado, un estado de abandono contra el que cualquier amante de la naturaleza debe alzar su voz indignada. Urge que la administración a quien corresponda velar por su custodia proceda, como mínimo, a un vallado perimetral que, al menos, disuada de acercarse a su tronco a los intrusos. Ahora no existe impedimento alguno ni siquiera para quien quiera trepar por el tronco y subirse a su ramaje. Y que se pongan señales que adviertan contra comportamientos incívicos. Y que, si a alguien se sorprende causando daño, se le denuncie y sancione como corresponde. Es lamentable la incuria de las autoridades competentes para con nuestro más ilustre vecino del reino vegetal. La vergüenza para nosotros si lo dejamos morir nos cubrirá de oprobio ante las generaciones futuras. Isaac Courel

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