Diario de León

A propósito de la escuela de esquí de fondo de La Cueta de Babia. Una historia de futuro o tradición

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Había, hace miles de años, un poblado asentado en la parte más recóndita de las montañas llamado Cuexit. Refugiado de las inclemencias del tiempo en una gran cueva, en la que las distintas familias se distribuían aprovechando sus oquedades, allí se había mantenido de generación en generación hasta que una pequeña glaciación hizo que sus condiciones de vida se volvieran más severas. Muchos de sus miembros optaron entonces por ir gradualmente marchándose a otras zonas en busca de temperaturas más benignas, quedando finalmente en la tribu un reducido grupo de clanes familiares. En uno de aquellos largos días de invierno, cuando la nieve impedía salir a la caza de animales y la recolección de vegetales era imposible, reunidos en la gran sala de la caverna un veterano explorador les contó que una vez había oído hablar de algo a lo que llamaban “fuego”, una substancia que tribus allende de las montañas tenían para proporcionarles calor y luz, y planteó que un grupo saliera a buscarlo para traerlo a su poblado. Argumentaba que si lo colocaran en la gran sala de la caverna, donde todos podrían beneficiarse de él, haría más llevaderas sus largas noches y aquellos, también, largos días invernales en que la cueva era su único refugio. Que aprenderían entre todos a alimentarlo para hacerlo más grande. A santificar en él las carnes y vísceras que comían, pues según sabía, los alimentos ofrendados al fuego resultaban mucho más sabrosos. A utilizarlo para espantar a las alimañas. Y, seguramente, entre todos sabrían aprovechar sus bondades para mejorar su vida así como a conocer sus peligros para tratarlo con respeto, prudencia y ponerle coto. Inicialmente todos quedaron en silencio, como tratando de asimilar algo tan novedoso y desconocido para ellos. Empezaron entonces las murmuraciones en voz baja entre distintos clanes, donde unos decían a los otros y los otros a los unos: -Al colocar el fuego en el centro de la gran sala tendrán más calor y luz los de los clanes del lobo, los del diente de sable y los del cuervo, que duermen más cerca, mientras que nosotros, que estamos más alejados, nos beneficiaremos menos. -Eso es cierto, y si nosotros vamos a tener menos calor y luz, mejor no tentar a extraños espíritus. -Estoy de acuerdo ¿Vamos a arriesgarnos a traer el fuego para que se beneficien solo esos clanes? Finalmente empezaron a discutir públicamente la decisión de ir o no en busca de aquello que ardía. Mientras unos mantenían los argumentos de la luz, el calor, la consagración de la comida y cuantas ventajas pudiera obtener la tribu de aquel ente desconocido, otros apostaban por permanecer con aquellas pieles de mamut y de oso con las que se abrigaban desde tiempos inmemoriales, y con la ayuda del dios Orus, que se aparecía cada mañana en que las tinieblas de los cielos se lo permitían; así seguirían teniendo el calor necesario. Además, opinaban, el fuego atraería a clanes extranjeros que se acercarían allí para contaminarles con otras culturas y con otros dioses, trayéndoles la desazón, el conflicto y la ruptura con miles de años de tradición consuetudinaria. Los clanes que estaban en contra fueron mayoría, y así aquella quimera nunca llegó al poblado de Cuexit, cuyos habitantes aguantaron hasta su total desfallecimiento por aquel largo invierno glacial. Pero como verdaderos guardianes de la costumbre y la tradición, lo hicieron sin dejarse intoxicar por oscuras entelequias como aquella a la que llamaban fuego.

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