Diario de León
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León

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Delfín lloraba certificando la última apnea de su vecino Emilio, en el sanatorio de LA REGLA. Porque en veinticinco días, aquel cascarrabias impenitente supo ganarse su cariño y su amistad. Sus amigos del Húmedo, Luis, Ángel, y el otro Luis, su casero, y su esposa y su hija no pudieron evitar que la congoja los aprisionara con su abrazo de tristeza y melancolía. Porque se hacía querer, a pesar de ser un cazurro de los cazurros, de pocas palabras, gesto adusto y serio hasta que soltaba su verbo con cuentos, chistes y decires antiguos fraguados en una larga vida de trabajos y saraos, de pesares y de vinos, al calor de este León recuperado cuando volvió de las Suizas emigrantes y recobró con sus sobrinos, también repatriados, las heladas y los soles de esta tierra que le vio nacer, allá en Riego de la Vega. Oficio nuevo de carnicero, con el otro Emilio, lo entretuvo hasta su retiro, que disfrutó como nunca con sus sobrinos y sus amigos por las callejuelas del Húmedo, abriendo y cerrando bares. Porque un gesto contrario del camarero o una tapa mediocre o escasa provocaban el cierre irremisible del bar en cuestión. Así se las gastaba Emilio. Pero su misión en la vida era disfrutar y no dar guerra. Y a ese empeño dedicó su existencia. No se quejaba, no pedía, callaba y sufría y todo era para él, para sus adentros. Y cuando se escapaba de sus interiores, su humor inundaba la tertulia y todos asistían boquiabiertos a aquella cascada de risas y cuentos bien aderezados con sus propias carcajadas. Muchos sobrinos tuvo y lo quisieron. Pero él, desde muy joven, se arrimó a la familia de su hermano Pablo, con quien trabajó de ferrallista en Suiza, y con sus tres sobrinas, las de Josefa y Pablo, a las que crió cuando la familia emigró en busca de oportunidades. Y acompañado por ellas, en amorosas volandas, abandonó las rutinas y se fue a esos cielos eternos con paz y dulzura. Con Gelita y Emilio, compartiendo convivencia en Suiza y carnicería en León, unos años. Con Carmina y Roberto, veranos en Calzada del Coto y muchos partidos de fútbol acompañando al sobrino árbitro, con Chelo y Jose, en Quintana Raneros, siempre en ayuda de las permanentes obras en casa y con sus sobrinos-nietos y bisnietos, actuando como un abuelo más, como el abuelo y el bisabuelo por derecho propio cuando la temprana ausencia de Pablo la rellenó él con todo el orgullo y presumía de ello en el “Congreso”, frente a Botines. (¿Por qué se empeñaban en llamarse a sí mismos “El Congreso” cuando todos ellos son vetustos senadores? ). En LOS CAZURROS, a la una y cuarto, no se fallaba ni un día. A menos cuarto se iniciaba la ronda diaria (hoy no, hoy agua, que el médico me puso antibióticos) por el Besugo o la Gitana. Pero a y cuarto, la reunión de los “congresistas” era en LOS CAZURROS. Y ahí, en medio del cariño de los camareros, las risas, las bromas, los chistes y las historias brotaban como una fuente en primavera, hasta esta primavera que se lo llevó a las cumbres para siempre. Por eso, cuando paso hoy por BOTINES, sigo viendo un cartón en los peldaños del casón de Gaudí y otro cartón en los asientos de la fuente de San Marcelo. Un cartón vacío, que allí quedó a la espera de Emilio. Junto a otros, a otros cuantos que el lunes 16 de abril, dejaron sus cartones escondidos y brindaron, de nuevo, por su memoria, junto a sus sobrinos-nietos y bisnietos a la una y cuarto en LOS CAZURROS.

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