Diario de León
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Domingo González González
León

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Señor Director del Diario de León: Le agradeceré publique esta carta lo antes posble. Atentamente Domingo González In memoriam de Carlos García Pérez Morir solo es morir. Martín Descalzo, sacerdote y escritor, astorgano, escribía así cuando supo ya inminente su final. Tú, Carlos García Pérez, también astorgano, y también escritor, aunque gráfico. Siempre se ha dicho que una imagen dice más que mil palabras. Fuiste siempre tranquilo y exquisitamente cumplidor con tu trabajo como fotógrafo. Pionero de la fotografía en color en León. ¿Te das cuenta de cuantos recuerdos habrá en las casas de los que tu fotografiaste? Álbumes enteros con las fotos del acontecimiento: bodas, bautizos, primeras comuniones… Todas esas fotos estarán siempre diciendo que detrás de la máquina había uno que se llamaba Carlos, que fue el que plasmó el momento. Bueno, tu nombre no aparecerá, sino el de tu empresa Contraluz. Por eso, Carlos, quiero aplicarte a ti lo del poeta Jorge Manrique: No se te haga tan amarga / la batalla temerosa / que esperáis / pues una vida más larga / de la fama gloriosa / acá dejáis. Efectivamente, el morir solo es morir. Al nacer, todos traemos fecha de caducidad aunque no la veamos. Dios es sumamente sabio. ¿Os imagináis qué sería del mundo si supiéramos la fecha de nuestra muerte? Allá por el año mil se creía que se iba a acabar el mundo y era una autentica catástrofe: Unos, los no creyentes, se dedicaron a la juerga. Otros, los creyentes, se dedicaban a la oración y a la penitencia y nadie trabajaba. El mundo llegó a la bancarrota. Pero el que Dios se lo manifieste a alguien como tú por los efectos de una enfermedad, eso es un privilegio. Sí, Carlos, fuiste un privilegiado: supiste con un año de antelación que tu final estaba cerca. Lo aceptaste con la resignación de persona inteligente. No tuviste nunca complejo de enfermo y fuiste aceptando cada momento en el que se te iba declarando que tu enfermedad no cedía. Y por eso, pudiste dejar todas las cosas arregladas y, lo que es más importante, preparar el viaje a la eternidad. Tenemos que dar gracias a Dios, tu esposa Merce, tu hija Elena y todos los de tu familia, por parte de tus padres, ya difuntos, y por parte de tus suegros, entre los que me encuentro como tío de Merce, por tenerte entre nosotros los años que pasaron desde tu boda hasta tu muerte. Fuiste un hombre sereno, buen conversador, nada acalorado para defender tus ideas las defendías con el razonamiento propio del que sabe que lo que está defendiendo es lo cierto y por eso no te exaltabas ni gritabas. El que más voces da no es el más razón tiene. Siempre tuviste un buen sentido del humor. Merce y Elena sobre todo, te echarán más que nadie de menos al no tener tu presencia física con ellas: protegiendo sin que nadie lo notase, aconsejando sin decirlo y orientando con tu conducta y tu forma de ser. Pero yo estoy seguro que tu presencia espiritual la notarán desde ahora en adelante en todas las ocasiones en que necesiten tu protección o tu consejo. Y se acordarán de cómo lo harías tú cuando estabas con ellas, y eso les servirá para actuar por el camino recto, como hasta ahora lo han hecho con tu ejemplo. Fuiste amigo de todos, pero sobre todo con quien mejor te encontrabas era con los niños. Y ellos se encontraban encantados contigo. Jugabas con ellos y les hacías alguna faena para que ellos buscaran el remedio a aquella anomalía. Disfrutabas con su compañía. Por eso, y pensando en ello, te imagino paseando reposadamente, como fuiste tú siempre, por esas inmensas praderas de la eternidad y, por qué no, haciendo alguna broma a esos ángeles, que son niños espirituales, con tu máquina virtual sacando fotos en alguna escena especial que nunca nos las enviarás. Pero las estamos viendo con nuestra imaginación, y con nuestro entendimiento. Carlos, te hemos querido y seguiremos queriendo y seguirás ocupando ese hueco que has ocupado siempre en nuestro corazón. Domingo González

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