Diario de León

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Se acuerdan del niño de clase que hablaba poco pero cuando lo hacía se ganaba el respeto de todos sus compañeros? Era porque, a pesar de sufrir cierta carencia de atención dentro del aula, el chaval tenía el valor suficiente para decir lo que el resto se guardaba en sus pensamientos, por vergüenza, por astucia, o por temor a las consecuencias. El niño se hizo adolescente y persistió en su cabezonería para una causa que parecía asequible en 2002 y catorce años después quedó a años luz de distancia. Sin embargo ahí sigue, firme y solitario, en su arriesgada apuesta por consolidar lo que muchos han olvidado en la guantera. Como considera que su empresa es justa y necesaria, reclama el apoyo de, no sólo sus vecinos de pupitre y amigos, sino también de sus enemigos y de cualquiera que sepa apreciar la presunta honradez de sus intenciones: a su parecer los intereses son los mismos para todos ya que todos pertenecen al mismo barrio, cuyo panorama cada vez es más desolador. Lamentablemente esta vez la insistencia ha tomado mayor grado de seriedad y, ante tal sorpresa, aún nadie ha decidido manifestar que sí, que el crío algo de razón lleva. Absolutamente nadie, ni quienes sufren los agravios de la marginación y la injusticia, ha tenido la suficiente personalidad como para poner la mano en el fuego; apoyar a quien siempre gozó de renombre y ahora carece de carisma. A ver qué le depara al último boy scout, cuando todos sus socios —los del colegio, los de su calle, los del barrio, los del barrio de enfrente, los del pueblo, los del pueblo de enfrente y los del más allá— guardan silencio, expectantes por la sucesión de los acontecimientos.  

A mí, personalmente, este joven me tiene desconcertado. Si su encaprichamiento es puro, de ideología, y honesto, de argumentario, nada más que admiración es lo que me despierta. Y es que nunca estuvo tan clara la realidad que acuchilla al barrio: «o buscamos lo que nos pertenece e intentamos soliviantar esta decadencia, o moriremos en el olvido» —eso último le sucede desde hace cinco años al barrio de Pilarica en Valladolid—. Lo que me inquieta es que tan solo el guaje conoce lo que subyace tras sus pronunciamientos, entre lo que no se puede descartar que se trate únicamente de eso, un discurso vacío de propósito, una artimaña, un truco y una baratija. En cualquiera de los dos casos, la última certeza que se atisba, a simple vista, es la que se corresponde a la bravura que reclaman los momentos decisivos de la historia, esa certeza efímera: la hora de los valientes. Y los involucrados no deben eludir su responsabilidad para con el bien común y manifestar con solera su posición. El tiempo es el único juez y nadie dirá nada por el bando que escojan. Lo realmente imprescindible es que el barrio sepa la dirección en la que rema cada uno de los vecinos, sea la misma o no.

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