Diario de León

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Yo pago la cuota voluntaria del colegio porque me da la gana. Nadie me obliga a hacerlo. Es más, cada año me dan la oportunidad de decidir si quiero rescindirla. Pero yo no quiero. Puede que a algunos les siente mal, pero es que yo con mi dinero hago —mientras me dejen— exactamente lo mismo que con la cuota voluntaria: sí: lo que me da la gana. Esta manía que tiene la señora Danvers de ordenarnos a todos con la manía de la uniformidad es de una prepotencia difícil de aguantar, igual que las reprimendas que nos hace soportar cada vez que abre la boca. Me recuerda a ratos a una profesora que tuve en el colegio. Sólo que ella siempre sabía de lo que hablaba.

El empecinamiento en no mirar más allá de la ideología es el problema capital de España. Sigue siéndolo cien años después y no parece que nadie se dé cuenta de que no conduce a nada más que a la devastación moral.

Eliminar los centros espaciales solo demuestra que su soberbia le ha impedido visitar alguno de ellos. Si lo hiciera dejaría de pensar en prender fuego a la educación diferenciada y comenzar a proteger a alumnos que, sin esos colegios, tendrán un futuro más negro. Es lo malo de las utopías en manos de sectarios, que se las creen y piensan que esa emoción de falsa misericordia que les aborda cuando se regodean en su breve compasión les hace superiores al resto.

Cree que los niños deben ser educados en un koljós y, por eso, le recomiendo las obras pedagógicas que escribió Luis Santullano. Le sonará: fue el primer director del Instituto Escuela, además del responsable de la modificación de las Escuelas Normales y de la labor de los inspectores, que separó del caciquismo imperante a principios del siglo pasado. Cada niño debe ser tratado de manera distinta, decía para explicar su oposición a la banalidad del igualitarismo. No estaría de más que se paseara una tarde por los jardines de la Residencia o por la Fundación Giner. El espíritu de generosidad de la Institución puede que le quite el rictus de la mala educación que gasta.

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