Diario de León

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Podemos aceptó ayer otorgar ante la matanza de Marruecos a cambio de treinta monedas de plata. Montero calló en varias ocasiones, y dio con ello rienda suelta a las verdaderas intenciones del partido morado. Podemos aceptó suicidarse. No sabemos aún si antes de hacerlo, si en el ínterim que ha sucedido entre la primera y la tercera versión de Pedro Sánchez, habrán devuelto lo recibido a los sacerdotes del templo, pero lo cierto es que el campo de sangre en que se ha convertido la frontera será para siempre el lugar que les recordará lo fácil que es ser secuaz de un matarife. Cuerpos amontonados de negros yacían en las imágenes que nadie habría querido ver, porque es más fácil tener coartada cuando la opinión pública no atisba lo desagradable que es mantener alejado el mal olor de la pobreza y el grito de la desesperación.

Habría que imaginárselos blancos para que el terror de la depravación que supone el homicidio en masa adquiriera tintes de realidad.

Pero son negros y los negros, sobre todo cuando se arrojan a la horizontalidad de la tierra, no tienen dimensión. humana.  Morían lentamente… eso estaba claro. No eran enemigos, no eran criminales, no eran nada terrenal, solo sombras negras de enfermedad y hambre, que yacían confusamente en la tiniebla verdosa.  Conrad sigue tan vigente ahora como entonces y un Ulises negro nunca encuentra a Calipso ni el camino de vuelta.

Ya sabemos que mueren en cada esquina, en cada cuneta, en cada río, en cada uno de los caminos por los que la civilización sólo pasa para encontrar tierras raras, de esas que usamos para venderles los móviles con los que han levantado acta de nuestros pecados.

Irene Montero se quedó muda ayer cuando le preguntaron por las decenas de desesperados que terminarán su odisea en una zanja de Nador. Perdió su oportunidad de demostrar que tiene principios. Al menos, uno. A cambio, aprobó su ley. Un ideal por otro, aunque la vida no se negocia. Nadie habla de ellos. Para eso nacieron, para que ninguno imagine entre la colcha de muerte un sólo gesto de los niños que fueron.

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