Los imbéciles

Hay una máxima en periodismo que no está de más recordar. Los adjetivos sobran. Sobran porque siempre revelan un intento de convertir el mensaje en propaganda. Las palabras que nos hacen vislumbrar conceptos no necesitan nada más y el artificio con el que algunos la disfrazan es una manera de nublar nuestra razón, de transportarnos a una realidad paralela que a través del fraude almibarado conduce a la aniquilación del contrario. Franquista y anacrónica son sólo dos de los insultos con los que la tribu de xenófobos independentistas intentaron humillar al rey. Legitimidad democrática, dicen cuantos hace pocos años trataron de secuestrar la libertad a través del terror y la muerte; respeto a la democracia, añaden quienes violaron la ley y los derechos de todos los españoles. Esto no es la guerra, pero estamos en una escalada dialéctica peligrosa y lo sabemos porque los que se apropian de palabras como democracia, libertad o justicia tienen como objetivo manipularlas hasta conseguir que pierdan los valores que representan. La charlotada que ayer puso en la frontera de la legitimidad a Esquerra, la CUP, Bildu y el BNG me recuerda a aquel que proclamó en voz alta la libertad de pensamiento y al minuto después pidió la muerte de los que no pensaban como él. ¿Cómo es posible que el Parlamento sirva para esparcir tal nivel de fraude?

Decía Voltaire, a quien todos los racistas que centrifugan populismo y paranoia fascista no han leído, que los que logran que veamos el absurdo como una realidad, pueden hacernos cometer atrocidades. Hay una parte de la sociedad que ya ha comulgado con que hay ciudadanos de primera que deben tener privilegios y prebendas mientras otros pagamos la fiesta.

Hacen falta más voces que siembren razones frente a los que llevan años segando con sofismas la convivencia. Tápense los oídos porque las imbecilidades acaban calando cuando se repiten demasiado. Hay gente que sigue anclada en el siglo pasado y otros, como el rey, que avanzan con la Historia.