Diario de León

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Me preguntó ayer mi hijo quién era Maradona. Un enfermo, le dije. Y, ante su estupefacción, añadí que hacía años había metido un gol tras el que los argentinos le subieron a los altares. Yo no miento el nombre de Dios en Vano, y mucho menos con tipos que suavizan a tiranos y asesinos. No somos lo que hacemos. Si lo fuéramos, los negros concentrados en las plantaciones serían esclavos y la existencia de la mayoría de nosotros no tendría sentido. Hace años vino a León Paul Auster. En la conversación que mantuvimos me dijo que una de las obsesiones de su obra era demostrar que no somos reales hasta que la vida nos mete en las tripas del tiburón y somos capaces de llegar a la playa para rearmarnos y seguir adelante.

Maradona no era futbolista. Esa fue tan sólo una de sus cualidades en la vida. Puede que si hubiera perseverado, habría tenido derecho a que le calificaran como tal. Pero, no. No.

Maradona no era futbolista. Fue un hombre que perdió la vida por su talento como jugador. ¡Quién sabe todo lo que habría logrado sin esa tara!

En el país de Borges y Cortázar se le despide con un juego de palabras basado en el camino a la divinidad y la noticia incluso detiene el ránking mortal del virus que está destrozando nuestro contrato social. Pablo Iglesias colgó ayer una foto de Fidel Castro con el ‘pibe’ mientras la ministra de Igualdad lloraba desconsolada por las mujeres maltratadas. ¿También por las que dejó maltrechas el jugador chavista?

Decía Borges que el fútbol es popular porque la estupidez también lo es. No hay más que imaginar la escena anterior para darse cuenta de que en muchos casos, es así.

Hubo un tiempo en el que Dios lo ocupaba todo porque la idea de humanidad era demasiado pequeña. A medida que el hombre fue encontrando la dimensión de su realidad, comenzó a robar su esencia a la divinidad. Ahora, ya no nos vale Nietszche. El hombre ha comenzado a acabar con lo divino coronando rey a un patán.

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