Diario de León

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Poner en medio de una Reserva de la Biosfera, pongamos que Omaña y Luna, una cantera es un delito contra las normas mínimas de la estética. Explotar una arenera sin contar con declaración de impacto ambiental es el reflejo de que la dictablanda de Miguel Primo de Rivera nunca acabó con los caciques. Ni siquiera Isabel Carrasco lo consiguió, o sólo al final. Me decía el otro día la alcaldesa de Soto y Amío, Ana Arias, diputada de Personal de la cosa provincial, que ella no tiene nada que ver en esto, que la responsabilidad la tienen las juntas vecinales y que, además, nunca ha visto nada. Añadió que cuando estaba Pano —Cipriano Elías— nadie se atrevía a decir esta boca es mía y ahora... Ahora, pues ya ven, parece que tampoco. El otrora virrey de Riello y zonas de influencia —fue presidente de Cuatro Valles no sé qué amontonamiento de años— era consejero de Aricalsa, la empresa que durante 40 años, casi como Franco, explotó el lugar con la anuencia de todos. Y es que ya sabemos que la historia pequeña de los pueblos es la gran historia de la humanidad, y que hay que vivir allí para saber lo que es y que... que el cuento siempre es el mismo.

O no, porque el nuevo alcalde pedáneo de Villaceid ha tenido la excéntrica idea de que acabar con la perversión del poder es una obligación. Así que ahí están los responsables del Ayuntamiento, de la Diputación y de la Junta ¿qué? ¿apoyándole? No. Parece que quisieran que el tiempo pasara para que todo acabe como siempre, del lado de los jetas.

No sé para qué existen las Reservas de la Biosfera si son entidades incapaces de hacer nada para proteger el territorio, ni por qué doña Ana Arias —la misma que hace pocos meses decía que los funcionarios son unos vagos— no se pasa por el Ayuntamiento que tiene que gestionar, ni la razón por la cual el diputado de Transición Ecológica aún no ha preguntado qué ocurre en Soto y Amío, ni a qué espera la Junta para poner el cascabel al gato. De vez en cuando no está de más hacer preguntas, sobre todo en periodo electoral, más que nada para que las vacas —sagradas o no— dejen de mirar al tren o hacia donde quiera que dirijan la vista.

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