Diario de León

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Quizás en algún momento el grafiti haya sido una forma de expresión artística e incluso ideológica. Pero ha venido degenerando, embarrando el paisaje urbano, convertido en un culto a la fealdad. Ya no quedan en España paredes, monumentos, edificios que no aparezcan embarrados con grafitis, de pésimo gusto en su mayor parte, que se van entremezclando en una imagen de conjunto que tal vez guste a alguien, pero al principal colectivo social nos espanta.

La realidad es que ya nos vamos acostumbrando a sufrir estas muestras de dudoso interés más allá de las reflexiones que suscita tan frecuente expresión de sentido estético. Antes al contrario, lo que predomina en la cantidad y variedad de grafitis que nos salen continuamente al paso es de suciedad, de falta de sentido de la pulcritud que exigimos en otros ámbitos de nuestras vidas.

La reiteración de los grafitis, su proliferación y la rapidez con que se renuevan otros cuando los primeros son borrados, plantean algunas preguntas para las que no he encontrado respuestas: ¿Qué pretenden los grafiteros? ¿Son conscientes del daño que causan embarrando lugares públicos y a menudo privados? A alguien importante en la gestión de Renfe le escuché no hace mucho que la empresa se gastaba doce millones de euros al año en adecentar los vagones garrapateados de grafitis. Lamentable. Con lo bien que nos vendría a todos los usuarios de ese servicio público que esos millones se invirtieran en el confort de los vagones. Y lo más extraño es que se haga con nocturnidad e impunidad.

En grandes empresas tienen servicios de seguridad que evitan que alguien con pintura se acerque. Pero el resto de los muros y espacios limpios no tienen esa suerte y los destrozos que causan los grafitis son cuantiosos. ¿Quiénes son los ciudadanos que —creyendo que practican un nuevo arte, no lo dudo— permiten semejantes atentados contra lo público y las propiedades ajenas? Tampoco cabe hablar de una gamberrada en una noche de botellón. A poco que se observe, puede comprobarse que muchos grafitis son obra de grupos —no sé si llamarles bandas— que trabajan coordinados e incluso asumen riesgos físicos. De otro tipo se supone que no, porque no hay detenciones ni multas que trasciendan a quienes sean sorprendidos in fraganti.

España no es el único país donde proliferan los grafitis, pero basta darse una vuelta por Europa para descubrir que en eso somos los menos respetuosos con la estética y el medio ambiente.

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