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Editorial | El Pozo María, el guardián de la paciencia minera

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El proyecto de rehabilitación del Pozo María, uno de los emblemas más representativos de la minería leonesa, va a convertir al enclave de Caboalles de Abajo en un homenaje a las familias mineras, aquellas que pasaron años soportando la angustia y aferradas a la esperanza cada vez que los suyos se internaban en las profundidades de la montaña para sacar de la tierra la riqueza en la que el país entero se apoyaría para prosperar durante gran parte del siglo XX. Hoy, cuando ya entregaron todo, apenas quedan territorios devastados que escuchan resignados la retahíla de promesas y proyectos mil veces contados y sin repercusión aparente. En el cierre del Pozo María, que apenas sobrevivió al cambio de siglo, se escribió el augurio de lo que vendría, el final precipitado y oscuro de la minería, dictado desde lejos con el mal sabor del que esconde bajo la alfombra aquello que le avergüenza. Se cumplen ahora tres años —fue la última vez que fueron puntuales con los plazos— y a quienes aún quedan allí el mantra ‘que nadie quede atrás’ ya les es indiferente. O no. A lo mejor el mensaje que les llega es que no quede nadie, ni atrás, ni delante. Y mientras se piensan si aguantan o se marchan, se enteran de que ahora resulta que el carbón sí que se quema. El de fuera. Por lo menos aún cuentan con el Pozo María, la mina con nombre de madre que ha vivido cien años y escribió con sus hierros la tragedia y la protesta que siempre han acompañado a las cuencas. No hay lugar mejor para preservar la memoria minera. Y su paciencia.

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