Diario de León

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Un pariente me remite dos libros de su biblioteca, ambos con el mismo título: «La risa». El primero de ellos es el célebre ensayo de Henry Bergson, publicado en 1900, en el que expone que nos reímos de alguien que resbala en un charco porque creemos que no se ha hecho daño. Puede ser. El otro es teatro y lo escribieron al alimón los hermanos Álvarez Quintero, maestros del sainete andaluz. Mi madre era sevillana y puedo dar fe de que el gracejo existe. En esta La risa hay un personaje entrañable: Estrella, joven que tras haber sido plantada por el hombre con el que se ha casado por poderes, y al que no ha vuelto a ver, ni sabe si vive o está muerto, decide tomarse a risa lo suyo y casi todo lo demás. No es un reír falso, flojo o desesperado sino luminoso y vital. Su alegría no se puede aguantá , y si no le dan motivos para reír los encuentra ella a todas horas. Esto, a algunos les presta —que decimos en León— y a otros les irrita. En la cubierta aparece la fecha de publicación: 1936. Mal año para hacer presentaciones. Tampoco hubo mucha suerte con el calendario del estreno teatral: 13 de octubre —san Eduardo—, pero de 1934, es decir, en plena revolución. «Tienen ustedes más puntería que el arco de Robin Ju!», habría dicho Estrella —riéndose— a sus creadores.

Me escribe un amigo cervantista para informarme: en París, el 14 de diciembre, Sotheby’s subastará primeras ediciones cervantinas. Gracias, pero solo soy rico en amigos. La puja por el Quijote se estima que alcance una cifra entre los 400.000 y 600.000 euros. «Calderilla para usté», diría Estrella. Ya, pero casi se la dejo a Amancio Ortega. También subastan una primera edición de Novelas Ejemplares, que quizá alcance los 200.000 o 300.000 eurines. Esta se la dejo al dueño de Twitter. Y don Miguel, en su vejez, limosneando una pensión. Ahí nos has dado, dirá Van Gogh.

¿Y la risueña protagonista del sainete? Finalmente, apareció el marido por poderes, enamorado de otra y con hijo. Pero la alegría de Estrella daba para encajarlo. Con buenas palabras, despidió al malo y se fue con el bueno. «La risa es la luz de las alondras», proclamó. Ah, los finales felices, en el teatro y en la vida. ¿No es bello que se pueda llorar de risa?

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