Diario de León

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Por supuesto, no creo que existan los vampiros. Pero haberlos, haylos. Ahí están las comisiones abusivas de los bancos. Hablando de terror, me han llamado del Festival de Cine de Astorga para invitarme a presentar —en septiembre— la proyección de Nosferatu (1922), la película de Murnau basada en la novela Drácula (1897), de Bram Stoker. Les digo que sí, aunque tras colgar me pregunto si me lo han propuesto por suponerme cinéfilo o porque consideran que doy el tipo físico para presentarla. Ya me lo aclararán.Mientras, saqué de la Biblioteca Pública el dvd, en una edición para coleccionistas. Le propuse a mi mujer verla juntos y me espetó: «Tururú». En el matrimonio, franqueza ante todo. Si saliese Brad Pitt ya habría corrido a coger sitio en el sofá. Hube, pues, de verla solo ante el peligro. ¿Por qué en el cine de terror occidental ya no se hacen películas tan bellas? Quizá se deba a que la industria cinematográfica prefirió destinarlas a los adolescentes palomiteros, en vez de a los adultos. El vampiro de Nosferatu —palabra de dudosa etimología— no es guapetón, como el de Crepúsculo, sino feo, encorvado y de levita necesitada de plumero. Pero estas subestimaciones con su constitución son las que a él le permiten hacerse con tu hemoglobina un tinto de verano. Ya en la década de los sesenta y en la de los setenta, Christopher Lee encarnó al Drácula terrorífico pero elegante, que se ducha cada dos o tres siglos. A ninguno de los dos los querrías de vecinos, pues, en efecto, bastante tiene uno con las comisiones abusivas de los bancos.

El miedo ni se crea ni se destruye, solo se transforma. De ahí, la vigencia de Nosferatu. Este será mi planteamiento en la presentación. Aprovecho para escribirlo aquí, pues luego quizá no me dé tiempo ni a quitarme la capa. Los maragatos enseguida echan mano de la estaca, a poco que te pases unos minutos en lo asignado. Organiza el Ayuntamiento de Astorga, con el patrocinio de la Junta, Diputación y Universidad. Y esas son muchas estacas.

Tras la primera noche en el castillo del vampiro, el protagonista culpa a los mosquitos de los dos agujeritos que tiene en el cuello. Ay, alma de cántaro, hoy hasta un niño sabría que esa es la rúbrica del hombre lobo.

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