Diario de León

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El papa Francisco suele utilizar una expresión muy bella para denominarnos con solo tres palabras: «gran familia humana». A la rama leonesa se nos ha ido Antonio Trobajo y todo el árbol se resiente de la pérdida, pues como se dice en el verso de Donne: «nadie es una isla/ y la muerte de cualquier hombre me disminuye». El mundo entero, no solo León, queda acortado con la pérdida de este sacerdote, al que cabe definir con tres adjetivos: bondadoso, humilde y jovial, pues cada uno de ellos lleva dentro todo el vocabulario de la fraternidad universal, que es a la que nos ha llamado el Pontífice. Tengo una larga teoría acerca de la máxima «nadie es insustituible», pero también puedo simplificarla en solo tres palabras: no es cierta. Todos lo somos para alguien, pero quienes dan más son más insustituibles que quien no lo hacen. Trobajo se dio. Es insustituible no porque su labor no la pueda hacer otro igual de bien, que ya la estará haciendo o la hará, sino porque el amor personaliza y hace único. Cuántos nos quería y cuánto le queríamos, creyentes y no creyentes. Hace unos meses, desde la cama de un hospital de Madrid, me ayudó en una gestión con la misma afabilidad que si hubiese estado sano. Al conocer su fallecimiento no siento vacío, sino plenitud. No podemos sustituir en nuestro corazón a quien vive en él. Y Antonio estaba ahí instalado y lo seguirá estando para siempre.

Con motivo de la pandemia y otros virus que nos atenazan, entre ellos el de la guerra y el de la economía deshumanizada, el Pontífice nos ha pedido: «Las palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre!». No es imposible hacerlo, hoy miles de personas están arriesgando su salud en beneficio de la nuestra, porque ellos ya las han suprimido de su vocabulario. Gracias.

Y lamento no haber tratado a otro Antonio, el médico leonés Gutiérrez González, coordinador del centro de Salud de Eras de Renueva, fallecido después de haber estado trabajando 32 horas sin descanso, ayudando a los pacientes con coronavirus. Pero con ambos me siento hermanado para siempre. También contigo, lector, somos de la familia aunque no nos conozcamos.

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