Diario de León

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Todos tenemos una película clásica que somos el único que no la ha visto. La mía es Lo que el viento se llevó, aunque conozco su célebre «juro que no volveré a pasar hambre». Me queda pendiente el resto. En plenas movilizaciones contra el racismo policial, HBO decidió excluirla del catálogo, por considerar que edulcora el esclavismo. Ahora, rectifica y la ofertará con una explicación que contextualice la trama y el tiempo en que fue rodada. Algo así como el mensaje que se incluye en las cajetillas. Pero el problema no es la ficción sino la realidad, esta es trágica y universal. Cierto cine clásico no debe ser demonizado, aunque moldeó la opinión de muchas de personas. También, gran parte de los westerns fomentaron arquetipos negativos de indios y de mexicanos. Lo dicho no quita para que muchos de estos filmes sean obras maestras, pero tal maestría no alcanza a todas sus enseñanzas. Pero cuidado con juzgar al pasado con nuestros valores. ¿Hay que censurar la bofetada a Gilda? No, pero tampoco la demos por buena ¿Deben cortarse de las películas de Tarzán a los portadores negros? Enseñemos a mirar, que es ver con atención. Fomentemos el pensamiento crítico. Hasta Sancho Panza barruntó que podría hacerse rico como negrero, si su señor se casaba con la princesa Micomicona. Pero don Quijote proclama ante los galeotes: «me parece duro hacer esclavos a los que Dios y la Naturaleza hizo libres». Leo en Alfonso Dávila que el abuelo paterno de Cervantes tuvo un hijo con su esclava negra, al que reconoció. El pasado racista no tiene remedio. El racismo actual, sí. Erradiquémoslo juntos, desde la fraternidad.

Pero equiparar a Leopoldo II de Bélgica —monstruo genocida y mercader de esclavos— con Colón, Churchill y Tolkien denota la misma ignorancia que los talibanes al ordenar la destrucción del arte preislámico en Afganistán. Ni siquiera en bronce son equiparables. Por cierto, el gran cine clásico es también patrimonio de la humanidad. O debería serlo.

Revisemos el pasado con autocrítica, rigor y piedad. «Aguirre, ¡debería avergonzarse de no haber visto aún Lo que el viento se llevó!», se me dirá. Pues ni poco, ni mucho. Como dijo no sé quién: «francamente, querida, me importa un bledo».

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