Diario de León

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No soy un manitas. Ahora bien, que no sepa arreglar algo no significa que no me dé cuenta que necesita ser arreglado. Cuando a Chesterton le remitieron una encuesta periodística con la pregunta «¿qué es lo que está mal en el mundo?» Se limitó a contestar: «Yo». Es decir, todos somos parte del problema. Todos estamos mal y todos contribuimos a que el mundo lo esté, si bien no con el mismo empeño que Trump o Bolsonaro, por ejemplo. ¿Y qué está mal en nuestra democracia? «Esto va a ser un problema de desagüe», apuntará ese lector virtuoso del martillazo y tentetieso. Pues desagüemos. La bronca parlamentaria deja ya un hedor insoportable. Cada vez son más los políticos que empiezan a sentirse abochornados y a reconocerlo, pues el silencio hace cómplices. Tampoco estamos ante un problema español sino mundial, aunque en cada país se den unas peculiaridades. Pero si todos somos parte del problema, también de la solución. ¿Y cuáles son esas «peculiaridades» del caso español? Se me ocurren tres: la envidia, la mala baba y la falta de una cultura del otro. De esto último, valga de ejemplo las personas que se sientan sin mascarilla en las terrazas, incluso cuando el camarero les atiende con ella. Encima, te miran como pensando: «¡pringao!». Así no hay manera de que las cañerías de lo colectivo funcionen. Por ello es tan importante la ejemplaridad parlamentaria, empezando por los buenos modales. «Aquí todos van a lo suyo, menos yo que voy a lo mío», decía aquel.

Cuánta vida, pese a tantas muertes. Como les conté en otra columna, alguien que está escribiendo un blog sobre su confinamiento me preguntó si era correcto utilizar el humor, en estos días de pesar. Sigo dándole vueltas, tiene muchos matices. Quizá, el problema no está en que te hagan sonreír cuando sufres, sino en que te causen más dolor.

Sí, algo falla en el mundo. Y, por tanto, también en ti y en mí. Tenía razón Chesterton, quien además de buen escritor era un hombre bondadoso. Fallamos todos, si bien no en la misma medida y con las mismas consecuencias. Cambiemos de juego, a la Verdad no la engañamos con un as en la manga. Cambiemos de juego, antes de que nuestro corazón colectivo entre en bancarrota. Al engañarlo, te engañas.

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