Diario de León

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La otra tarde, salí a comprar dos sobres acolchados. Empezó a lloviznar y entré en una papelería en la que nunca antes había entrado. Era el único cliente. El dependiente —luego supe que era también el propietario— llevaba puesta su mascarilla, pero aún así pude concluir por su mirada que aquella estaba siendo otra mala tarde en ventas. Le pregunté si tenía sobres acolchados, me señaló dónde estaban y me preguntó si quería que me los trajera. Rechacé su propuesta con un gesto de la mano. En aquel momento, esta papelería me pareció la más bella del mundo. Cogí los dos que necesitaba y me dirigí al mostrador. Le pregunté cómo iba el negocio, y me confirmó lo que había barruntado. Demasiadas malas tardes, y ahora esa lluvia… Me acordé de una canción de Kris Kristofferson, de la que ya les he hablado alguna vez aquí, y fui a por otro sobre más. En la balada, inspirada en un pasaje de Las uvas de la ira, en una tarde lluviosa, unos niños pobres entran en uno de esos bares de carretera en los que venden un poco de todo. Preguntan a la dependienta cuánto cuestan unos caramelos. La mujer les pregunta: «¿Cuánto tenéis?». Ellos: «Un centavo entre los dos». Y ella: «Pues eso es lo que cuestan». Tras salir los niños, un camionero que ha observado la escena le dice a la dependienta: «Los caramelos costaban más». Y ella: «¿Y qué importa/?». El camionero deja el dinero de su cuenta y se va. La dependienta sale corriendo y le grita: «¡Has pagado de más!». Entonces, él dice: «¿Y qué importa?». La canción se llama «Here come the rainbow again». Kristofferson canta en el estribillo: «Y la luz del cielo se tornó cargado de truenos/ Y el aroma de la lluvia en el viento/ ¿No ocurre igual con los seres humanos?/ aquí llega el arcoíris de nuevo».

Hablamos —con la distancia debida—, acerca de lo qué está pasando. No comprendía cómo jóvenes pudieron organizar un botellón cerca de casa, hasta altas horas de la madrugada. Le temblaba la voz. A mí también me tembló la mía al despedirme.

Al día siguiente volví y compré más sobres, pues nunca se sabe. O, tal vez, esto sea lo único que sé. Son ya demasiadas malas tardes. Pero, en un día lluvioso, una papelería de barrio es el lugar más bello del mundo. Saldremos.

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