Diario de León

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Todos quienes escribimos hablamos solos, la diferencia está en de qué. Ayer me encontraba enfrascado en esta columna y mi mujer dijo desde el pasillo: «Estás hablando solo». Contesté: «Claro, mujer, no hay nadie más en el despacho». Tampoco había asombro en sus palabras, dejaba constancia. No salió corriendo a llamar a los cazafantasmas, hasta Harpo Marx hablaba solo. Ahora bien, este juglar de columnas no lo hace para darse la razón, como quienes cantan en la ducha y luego se aplauden. Lo mío empieza bajito y mucho antes de ponerme a escribir: que si este tema, que si aquel, que si una seria, que si mejor de humor… entonces, cuando quiero darme cuenta me he levantado la voz: «¡Y un cuerno!», me espeto, « ¿pero no tienes algo mejor que ofrecer?». Luego, ya ante el teclado, resulta inevitable que en ese silencio bullicioso alguien pueda oírte. Hasta que la columna está terminada te dices sí y contestas no, concluyes vale y te respondes que ni hablar. Tu creatividad no la gobiernas con mayoría en absoluta, podríamos decir. Me espeté una vez: «¡pero cómo vas a meter un ornitorrinco en la columna!». Lo oyó desde el salón mi mujer y enseguida saltó: «¡No irás a traer a casa un pato australiano!». Cuando hablas solo te lo pueden sacar de contexto. Cuidado, pues, colega becario, si quieres empezar en esto.

Solo o en compañía no suelo ser malhablado. Pero ayer tenía la radio puesta y escuché a un profesor gay de 26 años, quien había sido agredido por un grupo cinco personas, cuatro de ellas menores, en presencia de la madre del agredido. Se le quebraba la voz. «Lo que más me duele es que haya sido en mi pueblo», sollozó. Clamé: «Por Dios, si es casi un crío». Y me irrumpió un gran taco que ojalá me haya sido escuchado en Valle de Santa Ana, en Badajoz, donde tuvo lugar la vileza.

Toda columna nace para morir, nada cabe objetársele a tan humilde misión. Aceptado esto, tras de tres largas décadas escribiéndolas, me pregunto si alguna vez he conseguido hacerle hablar solo al lector… por supuesto, no me refiero a una parrafada de aprobaciones, me conformaría con algo escueto pero sentido: con un taco cariñoso, aunque rime con jamón. Ah, la vida. ¿La echaremos de menos cuando hayamos partido?

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