Diario de León

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Ya siente uno volver con lo del odio imperante, pero así está el patio. «Hombre, Aguirre, teniendo en cuenta que en dos de cada tres columnas menciona a Jennifer López tampoco esto de ahora será repetirse tanto», se me dirá. Touché. En fin, otra columna de faltosos. Pablo Iglesias y Álvarez de Toledo protagonizaron el miércoles un sórdido rifirrafe, cuando tras ser llamada con retintín «señora marquesa» por el líder de Podemos ella le espetó que él pertenecía «a la aristocracia del crimen político, pues su padre fue un terrorista del Frap». A la salida te espero, que decíamos en el colegio. Lo nuestro quedaba en mero empujón, pero en el Congreso hubo la mala baba del odio, que también contagia. Penoso espectáculo, en quienes están obligados a ser ejemplo de autocontrol. Y esta vez, peor ella que él. «Tarantino se quedó corto al titular  Los odiosos 8  su película, ya solo en mi calle me salen 80», dirá mi lector cinéfilo. Difícil contabilidad, pues del odio no te proteges solo con guantes y mascarilla. Para neutralizarlo antes nos debemos preguntar y contestar si nosotros también odiamos. ¿De verdad estamos inmunes? Sin más rodeos se lo pregunto: ¿Me odia, lector? ¿seguro que no? Vale, gracias por tenerme por el yerno ideal, pero si ahora escribo que quiero que León permanezca en esta Comunidad ¿me haría cruz y raya? Si defiendo que el gay también ama ¿dejará de leerme? Si proclamo que rezo ¿me llamará meapilas? ¿Si digo tararí me tildará de fascista? Si digo tarará ¿me tildará de rojazo? Las formas de odiar son varias y Ku Klux Klan los hay de diverso pelaje.

Después, la madre de Iglesias calificó a la diputada de «marquesa de pacotilla de lengua bífida». Eso en mi colegio no pasaba. La mía era una ninja con la zapatilla, pero solo en el frente doméstico. Para todo lo demás, el primo de Zumosol.

El odio es lujo superfluo que no nos podemos permitir: resta energías. Y si Iglesias y Álvarez de Toledo no se odian, ¿por qué se enzarzan como si lo hiciesen? Por cierto, desde entonces otras mala babas siguen ensuciando el aire de la democracia. Puro contagio. En fin, si te confieso lector que me atemoriza este odioso virus del odio… ¿me tranquilizarás con tu mejor sonrisa entrañable?

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