Diario de León

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Ayer, tras escuchar una plúmbea parrafada electoral, me acordé —por contraste— del bello discurso de don Quijote a los cabreros, en que les habló de una remota Edad de Oro en la que aún no existían las palabras «tuyo y mío». No les estaba pidiendo el voto, sino agradeciéndoles que compartiesen con él la bota y los manjares de sus zurrones. «Todo era paz, todo amistad y armonía», les evocó. Tal tiempo idílico debió de ser hace mucho, cuando reinaba la armonía en la Tierra, los árboles daban jamón y de las fuentes manaba vino con abundante tapa. Aquellos antepasados se sabían las canciones sin habérselas aprendido antes, como en La leyenda de la ciudad sin nombre . Todos eran del Real del Madrid y las siestas duraban nueves meses. Los animales no solo hablaban, sino que lo dicho por ellos siempre tenía sustancia. «¡Qué bien habla este burro!», era frecuente escuchar. Y un hombre podía alegar como Sancho Panza: «Mis gallinas no me dejarán mentir». Con su discurso, don Quijote dejó perplejos a los cabreros, muchos de los cuales anhelaban que sus cabras les hablasen, si bien no todas a la vez. Ya me hubiese gustado ser mozo casadero en ese tiempo en el que: «Andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos que aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra». Visto lo visto, algo salió mal en aquel edén de convivencia. Y el manteo en la venta a Sancho fue el principio del fin de nuestra decadencia. Gran injusticia con un representante del pueblo, eso al escudero de Amadís no se lo hacen..

«No había fraude, engaño ni malicia mezclándose con la verdad y llaneza», les contó el caballero a los cabreros. Hoy les habría hablado con mascarilla. Ofuscadín, puede. Irresponsable, jamás. La mejor edad de oro es una buena educación pública, con Humanidades que enseñen a pensar y a sentir. Ah, en aquella Edad de Oro los calvos no tenían un pelo de tontos y las promesas electorales se cumplían. Y las gallinas no te dejaban mentir. A quien debió mantearse fue al cabrito que escribió el Quijote apócrifo y no al bueno de Sancho.

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