Diario de León

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Agosto no se va, lo echamos por desagradable. Vale, el campo también necesita darse chapuzones. Y la lluvia en Sevilla es pura maravilla, que cantaba el profesor Higgins… pero esto nuestro con el clima nos viene de muy lejos. ¡Llueve y hace frío! El cervantista José Montero Reguera me remite un artículo de su abuelo, José Montero Alonso, sobre una visita que hizo a nuestra ciudad, en 1925. Sonata de otoño en León fue publicado en La Esfera. Nada más bajarse de su tren nocturno, nuestro clima ya le sacó la zarpa. «Al descender en León, una ráfaga de viento frío hiere mi rastro y estremece mi cuerpo». Quien habría de convertirse en docente, gran periodista y premiado escritor llevaba en la maleta poemarios de Verlaine y de Nervo. Sobrecogido por la rasca, se cogió un coche hasta el hotelín. A sus 21 años, ya se le veía la buena pluma: «Yo hubiese querido recorrer de noche la ciudad y ver sus calles viejas recorridas por la luna… pero la noche es cruda y negra, sin luceros…No hay plata de luna en las calles viejas».  

Visitará San Isidoro, San Marcos, el Palacio de los Guzmanes, el mercado… pero su mayor admiración será para la Pulchra, en el gélido atardecer: «las piedras de oro de la Catedral se hacen piedras de sangre». La lluvia le obligaría a refugiarse durante horas en un café: «discusiones de pleitos locales, el comentario de España… el estrépito de los fieles del dominó». Y es que el aguacero no paraba, ni paró. ¿Cómo no iba a invadirle la melancolía, entre becqueriana y rubeniana? «El agua continúa batiendo los cristales…y poniéndole sauces al corazón…la tristeza, del brazo del silencio, se pasea por la ciudad. Se presiente el aullido de los lobos en invierno». Sí, qué gran pluma.  

Sin embargo, aquel molesto llover sin tregua formaba parte de un misterioso encaje de bolillos. Muchos años después, su hijo viviría aquí y su nieto se casó con una hija de Enrique Cimas, el director de La Hora Leonesa, otro gran periodista y caballero sin espada.  

«Silencio en el andén charolado por la lluvia», escribe al final de su reportaje. El mal tiempo le hizo creer que éramos ciudad triste. Puro espejismo. Con los años, se haría leonesista de corazón, pese a nuestros agostos como diciembres.

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