Diario de León

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Está siendo muy comentada la indiferencia, por no hablar de frialdad, con la que el presidente del Gobierno se refirió al episodio ocurrido en la frontera con Marruecos y la valla de Melilla en el que resultaron muertos al menos una treintena de emigrantes caídos en suelo marroquí. Una masacre criticada por Podemos, socio del Ejecutivo que reclama la creación de una comisión de investigación, y también por el PP, que ha solicitado la comparecencia de Pedro Sánchez en el Parlamento para dar una explicación.

¿Qué ha pasado para que quién tantas veces se proclamó paladín en la defensa de los más débiles esté ahora atrapado en un plano de televisión en el que, tras calificar el asalto a la valla como «un ataque a la integridad territorial de nuestro país de manera violenta», felicitara a las fuerzas policiales marroquíes por su actuación afirmando que había sido un asunto «bien resuelto»? Más allá de la frialdad que en términos de empatía caracteriza su personalidad, lo que ha pasado es que hay un Sánchez antes y otro después del espectacular giro de las relaciones de España con Marruecos en relación con la cuestión de la soberanía del Sahara Occidental.

Quizá la carta —inexplicada— que en su día remitió al rey Mohamed VI puede aportar la clave para entender por qué no saldrá crítica de su boca al respecto de las actuaciones de Marruecos. Para tratar de comprender el porqué de semejante subordinación acrítica a las actuaciones de Rabat no tenemos explicación más allá de las conjeturas que se han publicado a raíz de la noticia de que su teléfono personal había sido espiado.

«Escuchas ilícitas y externas», según las palabras de Félix Bolaños, ministro de la Presidencia. Sánchez no explicó las razones del cambio de política en relación con el Sahara, pero debería aclarar por qué no se atreve a criticar la actuación a todas luces desproporcionada de la policía marroquí. ¿Qué o quién se lo impide? Nos debe una explicación a los españoles y el pésame a los familiares de las víctimas de la masacre.

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