Diario de León

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Es un episodio tan, tan leonés, que da igual cuando se repase; un viajero pide billete de tren, en la taquilla preguntan que a dónde, y el sufrido personaje responde que a peor; a qué otro sitio podría ser, si tanto atañe la procedencia. La escena se va a repetir este misma mañana entre miles de domicilios, donde los herederos de este lastre van a probar con el primer ensayo. ¿A dónde vas? Al colegio. Y así, este día después de la virgen de septiembre, comienza una nueva era; que se recordará como el primero de la escuela después del covid, tan profundo en la historia como el primer día del año después de Cristo, que parecía una anécdota y pasó desapercibido para los romanos contemporáneos y, al final, cambió hasta el encabezamiento de las cartas a los corintios. Así el regreso al cole, en el que, al fin, los notarios dejaron de mostrar interés por la cifra de matriculados; por el volumen del alumnado; lo interesante deja de ser cuántos van y sí los que van a poder volver; mañana, o en una semana, en un mes, que esto de la pandemia también ha servido para acelerar los procesos del tiempo y la relatividad. Niños, al matadero, que serán las aulas, en las que hay que cuadrar el toro de la enseñanza en mitad de una plaza en la que lo de menos serán los conocimientos mientras los cinco sentidos estarán dedicados a comprobar por dónde se va a meter el bicho, diminuto y con pinta de punky. Levantemos un monumento de reconocimiento social al cuerpo de profesores, a los que quieren encalomar que sus asignaturas de matemáticas deriven en un monográfico de virología, teoría y práctica de cómo un ser minúsculo salta de boca en boca igual que las ardillas recorrían las península ibérica, de árbol en árbol, cuando los suevos y otras historias para no dormir. Pero qué ecuaciones; bastante tiene el alumno con dedicar la mañana a atizar al virus con la espátula de matar moscas. La jeta política no tiene límites. La vuelta al cole se añade a la cola, el sueño dorado de los ingenieros afanados en la involución, análoga de la época en la que Pepón Stalin daba a elegir entre Siberia y el plomo; columnas, ante el sarcófago de Chávez y el Orinoco; retenciones, a la puerta de la delegación de trabajo de Gran Vía de San Marcos; las colas del ambulatorio de Condesa. La docilidad se entrena en fila india, a gusto del Gobierno, con mayor efecto cuanto a más tierna la edad.

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